E l Aula Magna de la UCV estaba a reventar. Esa fue la primera imagen que advirtieron mis ojos al traspasar la puerta de acceso al icónico recinto coronado por las Nubes de Calder. Y reconozco que la estampa me conmovió, porque sabía en qué contexto se había presentado la ópera Brundibár en sus más de 50 funciones en el campo de concentración de Terezín entre los años de 1942 y 1944; y porque ese domingo 29 de enero compartiría con mis dos hijos otro tipo de acercamiento a lo que fue la Shoá, gracias al título infantil escogido por Espacio Anna Frank para su tradicional evento In Memoriam en su edición 2017.
Y es en eso en lo que me quiero concentrar. Sobre el montaje, seguramente, escribirán muchos más.
Reconozco que he hablado a mis hijos del Holocausto con pinzas. Aún no me había atrevido a mostrarles imágenes. Pero verlos inquietarse al observar a este grupo de niños actores saltar de sus barracas y detenerse tras una valla de alambre de púas antes de iniciar su juego teatral, se convierte para mí en una herramienta valiosísima para abordar con ellos ese momento histórico tan oscuro, cuya conmemoración se hace fundamental para cultivar el “Nunca Jamás” que nos ha sido tan esquivo como humanidad.
Es que de eso se trata, precisamente, vivir la experiencia de Brundibár: generar luz en las tinieblas. Porque por encima de la obra en sí, está la búsqueda de una libertad real que no puede ser coartada ni en el más mísero de los escenarios. Que Hans Krása, su compositor, haya montado esta obra en múltiples oportunidades con niños prisioneros en un campo de concentración, nos habla de cómo las artes son al mismo tiempo escrutadoras y bálsamo para asir la vida desde perspectivas movilizadoras, lo que en consecuencia ofrece una poderosa lección de voluntad y de la necesidad que tenemos como seres humanos de nutrir el alma, como el motor que nos impulsa para sembrar y cosechar.
Brundibár se perfila entonces como un llamado urgente a todos los hacedores de cualquier ámbito —desde el director teatral hasta la madre que forma ciudadanos— para generar rayos de luz en las realidades que nos inundan, cualesquiera que estas sean, sin detenernos por lo sombrías que parezcan.
Pensar que este llamado puede multiplicarse en las más de dos mil personas que asistieron al Aula Magna de la UCV —niños, muchos de ellos— resulta abrumadoramente esperanzador.
*Productora de espectáculos y periodista, ex jefe de Redacción de NMI