Otro punto de vista
En agosto de 2005, mi amigo Eli y su familia fueron sacados a rastras por las FDI de sus hogares en Gush Katif. No eran palestinos desplazados, sino judíos que se vieron obligados a perder sus hogares y sus vidas a cambio de la paz con sus vecinos árabes, con quienes habían convivido durante años.
No funcionó, pero sus vidas quedaron destruidas.
8000 judíos fueron expulsados del único hogar que conocían. El gobierno los separó de sus vecinos que sufrieron la misma pérdida. No querían un levantamiento, por lo que fueron dispersados por todo el pequeño país. Fue una retirada completa por parte de Israel y su ejército, contrariamente a la falsa propaganda perpetuada por los guerreros de la justicia social que no pueden localizarlo en un mapa.
Gush Katif era conocida en todo Israel por sus excepcionales frutas y verduras. Era una tierra árida y desierta que los agricultores de Gush Katif, mediante el ingenio israelí del “riego por goteo”, convirtieron en un paraíso agrícola. Cuando los padres de Eli hicieron aliá desde Nueva York a Gush Katif, los árabes locales de Jan Yunis que iban a ser sus vecinos los recibieron con el saludo tradicional de pan y sal, pero les informaron que la tierra en la que se estaban asentando se conocía localmente como El Guerara, la “Tierra Maldita”. La razón de este nombre era que el suelo era prácticamente arena pura, había muy poca agua dulce, y era imposible cultivar nada en él. Pero lo hicieron. Lo único que querían era vivir en paz. En cambio, fueron desalojados de sus casas y de sus invernaderos que les producían ingresos.
Residentes israelíes de Gush Katif evacuados por las FDI durante la “desconexión” de Gaza, en agosto de 2005
(Foto: X)
El 11 de septiembre de ese año se completó la retirada.
Un día después (algo recurrente entre los pacíficos palestinos), el 12 de septiembre, multitudes palestinas entraron a los asentamientos ondeando banderas de la OLP y Hamás. Dispararon al aire y corearon consignas. Profanaron cuatro sinagogas, y las casas destruidas fueron saqueadas. Los líderes de Hamás celebraron en una sinagoga de Kfar Adom. Las turbas saqueaban y se regocijaban por la desaparición de una comunidad judía.
Las fuerzas palestinas NO intervinieron, y anunciaron que las sinagogas serían destruidas. Las topadoras demolieron la alguna vez próspera comunidad, y la convirtieron en un páramo pos-apocalíptico. Hamás se atribuyó el mérito de la retirada, con pancartas que decían «Cuatro años de resistencia superaron a diez años de negociaciones».
Mientras Eli, su familia y otros se convertían en indigentes que vivían en caravanas, Hamás “prosperó” en Gaza. En lugar de crear una Riviera palestina que podría haber traído paz y prosperidad, gastaron miles de millones en arsenales. No apoyaron a los civiles, sino que alimentaron e incentivaron el odio. Afirmaban que Gaza estaba “ocupada”, a pesar de que Israel se había retirado. Inmediatamente comenzaron a disparar cohetes y a realizar ataques terroristas.
Eso no se ha detenido ni por un momento y nos ha llevado hasta donde estamos hoy.
Muchas de esas familias nunca se recuperaron de su expulsión. ¿Por qué la UNRWA no las ayuda?
Fuente: cuenta de Twitter @HenshiG
Traducción Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelita.