“L a cualidad de la emuná (absoluta creencia en Dios) es una sutil inclinación de la finura del alma. Si la persona es conciente y posee un momento de calma y tranquilidad, libre de toda avidez de placeres, y sus ojos contemplan extasiados las alturas de los cielos, la tierra y sus profundidades, y se estremece y se fascina, pues el cosmos se le presenta como una incógnita sin solución, secreta y maravillosa, y este misterio envuelve su corazón y su mente, dejándolo al borde del desvanecimiento, casi sin hálito vital, no quedando sino únicamente esta incógnita y su deseo por resolverla. Tanto es así que este enigma consume su alma, lo aviva a ir a través de fuego y agua detrás de él. Porque, a fin de cuentas, ¿qué beneficio puede obtener de la vida y sus placeres si esta se oculta completamente de él? Su alma sufre y se conduele, apasionada por entender en dónde radica el secreto de su existencia y en saber cuál es su raíz. Mas los portones se encuentran impenetrables” (Parte primera del primer capítulo del libro Emuná y Bitajón, Jazón Ish ZT”L).
Maravillas, plagas, milagros, una gran potencia se derrumba, la libertad de millones de una prisión inexpugnable ante el asombro de la humanidad entera… Estos son algunos elementos que consolidaron nuestra plena confianza en el Eterno, aquella que nos ha proporcionado las fuerzas suficientes para mantenernos inalterables a través de este prolongado exilio.
¿Cuál es el secreto de nuestros ancestros? Dice la Torá en parashá Shemot: “Y sucedió en esos múltiples días, cuando murió el rey de Egipto, y los hijos de Israel gimieron por el trabajo y clamaron; y su quejido a causa del trabajo ascendió hasta Dios”. “Y dijo Dios (a Moshé): He visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto y he escuchado su clamor”.
Aquello que realmente logró dar comienzo a la salvación fue el grito que emitió el pueblo de Israel. Esa fue la base de todo; un solo grito generó no solamente la salvación de todo un pueblo de la esclavitud, sino la historia misma de él. Un grito es todavía más básico que un rezo, e inclusive que una petición, y fue suficiente.
¿Por qué esperaron 210 años para hacerlo? La respuesta es simple y se encuentra en ese mismo pasuk: “y murió el rey de Egipto”, pues vieron en ese hecho que su esclavitud no iba a ser pasajera, ya que no concluyó con la muerte de su torturador. Contemplaron con desesperación que su condición continuaría, institucionalizándose en la ley egipcia. Esta situación los llevó a darse cuenta de su situación, a reflexionar en la fragilidad de sus vidas, quebró sus espíritus y, no encontrando otra salida, gritaron. Eso fue justo lo que Dios quería escuchar: una decisión firme y contundente de liberarse definitivamente de esa “forma de vida”, buscar trascender más allá de su nefasta cotidianidad.
Nuestra invariable creencia en Dios no es producto de un proceso natural, que surge espontáneamente en cada miembro de nuestro pueblo. Es cuando aprovechamos algún momento en nuestras vidas y decidimos escuchar la voz de nuestra alma, la cual exige darle una explicación a su existencia y a la existencia de lo que nos rodea. Ese es el secreto de la búsqueda de sentido y de nuestra pronta redención.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda