B endiciones, y lo contrario de ellas, conforman el contenido de nuestra parashá. Y el terreno para que ellas se desarrollen depende del título de esta porción semanal, Bejukotai: En mis estatutos.
Por estatutos se entiende aquellos preceptos que no guardan ningún entendimiento lógico y no se encuentran en el campo visual de la percepción humana. Son simples mandatos que quien se anime a preguntar “por qué”, la respuesta sería “¡porque así es!”.
Sin lugar a dudas, nuestro pueblo ha dedicado toda su vida a cuestionar. De hecho, Abraham Abinu llegó a ser lo que fue gracias a su ímpetu por cuestionar a su medio y —¿por qué no?— también a su Creador. Sin embargo, y mano a mano en nuestra relación con el Todopoderoso, debemos conocer (y reconocer) nuestros límites, y saber que, a final de cuentas, “¿Quién podría pararse en su sagrado sitio?”.
De esto trata nuestra parashá y nuestra existencia misma, pues son justamente aquellas órdenes que escapan de nuestro entendimiento las que logran darnos el sentido de temor a los cielos que tanto nos da bendición y buenos augurios.
Dentro de la parte más oscura de las “no bendiciones” de nuestra parashá, aparece la siguiente frase: “Y recordaré mi pacto con Yaäcov, y aun mi pacto con Itzjak, y aun mi pacto con Abraham. Recordaré la tierra, la recordaré” (VaYikrá 26, 42). ¿Cuál es el sentido de esto? ¿Qué tanto pueden ayudar los patriarcas —ya fallecidos— a un pueblo que está siendo escarmentado por sus faltas? La idea es la siguiente: la Torá nos comunica que cada uno de nosotros tiene dentro de sí —unos más revelado y otros menos— una chispa de Abraham, Itzjak y Yaäcov, nuestros patriarcas, quienes lograron crear, por medio de su relación con Dios, un sistema de temor divino como nunca se creó en la historia, pues ni siquiera Moshé Rabenu, con su elevado nivel, a quien la Torá llama ‘mi siervo Moshé’, título especialmente honorable, pudo alcanzar ese grado de temor divino y evitar cuestionar el comportamiento de Dios.
Abraham, Itzjak y Yaäcov consiguieron aceptar la realidad y los decretos celestiales, sin siquiera pasarles por la mente el por qué, qué hice para merecer esta situación, etc. Ellos se condujeron íntegros frente a Dios hasta las últimas consecuencias. Este es justamente el ingrediente que aún prevalece dentro de nosotros. Dios contemplará que venimos de esa estirpe, que sí portamos ese temor celestial que tanto caracterizó a nuestros ancestros, y que renovará el pacto de antaño con nosotros, las nuevas generaciones. De esta manera, podremos contemplar, en poco tiempo, en nuestros días, la verdadera y última redención. Amén.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda