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L a parashá inicia mencionando la menorá, el candelabro que estaba ubicado inicialmente en el mishkán (tabernáculo), y posteriormente, al ser edificado, en el Beit Hamikdash (el Templo).
El encargado inicial de encender sus llamas fue Aharón Hacohén, el primer cohén gadól (sumo sacerdote). Según el Midrash, el hecho de que la Torá mencione la menorá al inicio de la parashá, no es casualidad. Parsahá nasó culmina con la acción de los príncipes de las tribus en la inauguración del mishkán; durante doce días consecutivos, un líder por día, representando a cada una de las tribus, presentó su ofrenda al Todopoderoso. Aharón Hacohen, el hermano de Moshe Rabeinu y líder de la tribu de Leví (por ser el cohén gadol), no tuvo participación en dichas ofrendas, por lo que percibió que tanto él como su tribu eran menospreciados con respecto al resto de Am Israel. Inmediatamente después de la mención de las ofrendas de los líderes de las tribus, Aharón se entera de que tanto él como los cohanim guedolim que lo sucedan, serán los encargados del encendido de la menorá.
Se menciona, según el Midrash, que es más importante el encendido de la menorá que las ofrendas, basado ello en el hecho de que las ofrendas son entregadas mientras exista un mishkán o un Beit Hamikdásh, y por el contrario las llamas de la menorá se encenderán eternamente.
Según el Rambán-Najmanides, el Midrash se refiere a las velas de Janucá; aun cuando nuestro sagrado templo esté destruido, el pueblo judío enciende cada año por ocho días las velas, conmemorando el milagro ocurrido en dicha festividad.
Otra interpretación que pudiese considerarse se refiere al hecho de que mientras las ofrendas de los príncipes de las tribus eran un hecho puntual, cuando se inauguró el Mishkán, Aharón y sus sucesores se dedicarían diariamente al servicio del Eterno.
De lo expresado se puede aprender una lección, que sin duda puede marcar nuestra filosofía de vida. Ciertos individuos están dispuestos a actuar solo si figuran públicamente y se hacen conocidas sus acciones; si se refiere a situaciones donde se requiere su colaboración, pero no es reconocida de manera notoria su ayuda, prefieren no actuar. Entonces se puede inferir que no actúan para beneficiar al prójimo, lo hacen para satisfacer sus egos y disfrutar de las mieles de la publicidad y los honores. Aquel que desea de manera sincera involucrarse en ayudar a su semejante no busca figurar y ser notorio, se da por satisfecho sabiendo que fue útil.
Construir poco a poco, día a día, con constancia y perseverancia, permite que las obras se sustenten sobre bases sólidas; es cierto que en un momento determinado las grandes obras son necesarias, pero lo cotidiano, aquello que hasta pudiese pasar desapercibido por ser muy evidente, es lo que nos mantiene unidos como miembros de Am Israel en particular, y de la humanidad en general.
Cualquier crecimiento personal requiere esfuerzo diario, constante y perseverante. Pidamos a Dios la ayuda que nos permita ser modestos como Moshé y amantes de la paz como Aharón. Ambas virtudes permitirán entender que debemos abocarnos con pasión a convivir con nuestros semejantes en beneficio de ellos y de nosotros, bien sea en situaciones de gran notoriedad o con esos pequeños detalles, que significan tanto para quien percibe que estamos pendientes su bienestar.