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Y se le presentó, de forma fortuita, Dios a Biläm, y le dijo Biläm: ‘Los siete altares he dispuesto, y elevé carnero y toro en el altar’” (23, 4).
En esta oportunidad la Torá confronta a Moshé Rabeinu con el profeta y hechicero gentil más grande que existió: Biläm, el malvado. No es de sorprenderse que la Torá se dedique a relatar con lujo de detalles este curioso personaje, pues busca mostrarnos de la forma más clara y nítida el valor y nivel personal de nuestros profetas, quienes se adhirieron a Dios de forma absoluta. En contraparte, los profetas y agoreros gentiles, cuyo principal propósito era la persecución del prestigio y los bienes materiales.
Pero existe una diferencia mucho más esencial y profunda entre ellos. Dice rabí Simja Zisel de Kelem, ZT”L: “Encontramos sobre los profetas gentiles la expresión ‘se presentó fortuitamente’ –ויקר– dentro de la literatura de la Torá. Existen dos tipos de conocimiento: el circunstancial y el objetivo. Los profetas de Israel tuvieron un conocimiento objetivo y esencial de Dios. La comprensión de ellos sobre la premisa de que ‘el mundo entero está lleno de su honor’ era de forma inherente. No así dentro de las demás naciones del mundo, cuyo conocimiento sobre Dios era solamente de forma relativa. Por ejemplo, un rey de carne y hueso, pues aun cuando todo el país esté lleno de su honor, esto es algo meramente circunstancial y pasajero. De la misma manera era el conocimiento de los profetas gentiles sobre la realidad de Dios. Por ese motivo también su profecía era fortuita y circunstancial. ¿Por qué?
La explicación es la siguiente. Para lograr todo aquello que la persona desee entender, deberá disponer de cierto tipo de fuerza interna. Quien no tenga alas no puede volar. De la misma manera, para poder conocer a Dios es preciso que la persona tenga la fuerza para hacerlo. Los gentiles únicamente conocen a Dios por medio de su intelecto, ya que no poseen en sus almas una ‘partícula elevada del Eterno’. Esta es la explicación de por qué su conocimiento de Dios es solamente relativo a su sabiduría sobre el medio que los rodea.
No así el conocimiento de Dios de los tzadikim, pues es esencial y personal, de acuerdo a la fuerza interior que les da la posibilidad de hacerlo, a través de esa ‘partícula elevada del Todopoderoso’. A esto se refiere el versículo en Bereshit: ‘E insufló por su nariz un hálito de vida’ (2, 7). Como lo explica el Rambán (Najmánides): ‘Todo el que sopla, de sí mismo sopla’. Y es justamente así, pues el alma sabe mucho, y la Torá y las mitzvot fueron dados únicamente para retirar la suciedad que hay en ella y refinarla de todo residuo material que la opaca. Todo ello para que el alma tenga un conocimiento más profundo y cercano de su Creador, pues este es el objetivo principal de la Torá y las mitzvot.
De este modo, quien ensucie su alma con faltas y trasgresiones será afectado de dos maneras: por un lado, no se dedicó a limpiar su alma, y por otro, la estará ensuciando más, alejándose así más y más del temor de Dios.
De acuerdo a lo dicho, reflexionemos: ¡Hasta cuánto la persona debe aferrarse a la cuerda, al cuidado de las leyes, pues por medio de ellas nos aproximamos al temor a Dios y al cuidado de su Torá!”.
Hasta aquí sus palabras.
Esta es la gran ventaja que tenemos sobre los demás pueblos del mundo, ya que tenemos acceso a un conocimiento único de Dios y, por ende, a una relación privilegiada con él, donde las pruebas lógicas y científicas son insustanciales, y donde no cabe posibilidad de duda en cuanto a su presencia.
Tenemos la fuerza espiritual de llegar a ello, únicamente debemos mantener nuestras almas depuradas y nítidas, libres de cualquier elemento que las pueda oscurecer.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda