El pasado diciembre visité, junto a mi esposa Chera y mis hijos Katherine y Jaime, el campo de concentración de Terezín, ubicado a unos 60 kilómetros al norte de Praga.
Terezín fue utilizado por los nazis como un gueto y centro de tránsito durante el Holocausto, donde las personas eran enviadas a campos de la muerte como Treblinka y Auschwitz. Aun cuando los Nazis intentaron presentarlo a la Cruz Roja (¿cuándo no?) como un campo modelo, las condiciones de vida eran terribles, las muertes y ajusticiamientos eran cotidianos.
Por Terezín pasaron miembros destacados de nuestra comunidad, como el señor Freddy Schreiber, quien se mantiene activo y hasta 120 B’H, Harry Osers Z’L y Dorit Weiss Z’L. Estos últimos que eran unos niños y se conocieron en Terezín, pero el destino les tenía preparada una sorpresa, cuando se reencontraron en Caracas, en el Club Los Palos grandes, hoy Club Catalán, iniciando un romance que se convirtió en matrimonio, del cual nacieron Rodolfo, Miguel y Tomás, quienes mantienen encendida la llama del recuerdo como dirigentes del Comité Venezolano de Yad Vashem y, lo más importante, su activismo diario en la trasmisión de los testimonios, de la historia y de las enseñanzas que nos dejó a todos ese terrible y vergonzoso episodio de la humanidad que fue la Shoá, el Holocausto.
Hoy lunes 27 de enero, cuando escribo estas líneas, fecha de la entrada de las tropas soviéticas al campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau en 1945 —hace 80 años—, fue escogida como Día de Conmemoración de la Memoria de las Víctimas del Holocausto por la Asamblea General de las Naciones Unidas en noviembre de 2005, a través de la resolución 60/7.
En realidad, el Ejército Rojo se topó con ese campo de paso a su camino a Berlín, siendo que por circunstancias del destino, el primer soldado que entró en aquel infierno fue el Primer Oficial Anatoliy Shapiro, un judío que lideraba ese regimiento, encontrándose un grupo de personas que parecían más fantasmas que humanos, seres con los huesos pegados a la piel, ojos desorbitados, famélicos, harapientos y en su gran mayoría enfermos de tifus o cólera, lisiados, incapaces de caminar, por lo que no fueron llevados a la marcha de la muerte que salió días antes, abandonando los nazis las instalaciones ante la llegada inminente de los soviéticos.
En esa marcha mortal, los nazis arrastraron a unas 60.000 personas que todavía tenían algo de fuerza, arreadas como animales, fusiladas las que se retrasaban, mientras que otras caían ya sin vida. Más de 15.000 dejaron su último aliento en ese recorrido de 56 kilómetros hacia campos de concentración satélites.
Justamente me he venido preguntando por qué hablamos de la “liberación” de dicho campo, si cuando llegaron las tropas soviéticas no se encontraba allí ningún soldado nazi, ni uno solo, es decir que ya el campo había sido desocupado. No hubo tiroteo, refriega o combate, solo figuras humanas deambulando cual zombies, o inertes en sus barracones o calles.
Es cierto que se ha universalizado el 27 de enero de cada año como la fecha de recordación de la memoria de las víctimas del Holocausto, pero eso tiene que ver directamente con la Resolución 60/7 emanada de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que escogió ese día por la simbología de la supuesta liberación del campo de exterminio más dantesco que ha tenido la humanidad, porque de los 6.000.000 millones de judíos asesinados en la Shoá más de un millón perdieron la vida en Auschwitz-Birkenau, sin contar los experimentos maquiavélicos que hacía el “ángel de la muerte” Joseph Mengele, sobre todo con niños gemelos, haciendo todo tipo de operaciones y pruebas quirúrgicas sin anestesia y sin el menor sentido de humanidad ni del propio juramento hipocrático que todo médico está obligado a cumplir.
Justamente me he venido preguntando por qué hablamos de la “liberación” de dicho campo, si cuando llegaron las tropas soviéticas no se encontraba allí ningún soldado nazi, ni uno solo, es decir que ya el campo había sido desocupado
Yo personalmente estoy más alineado e inclinado en resaltar la conmemoración de la Shoá con el levantamiento del Gueto de Varsovia, que se inició un 16 de abril y culminó el 19 de mayo de 1943, donde un puñado de jóvenes judíos liderados por Mordejai Anielewicz resistió por casi un mes al ejército más poderoso de Europa. El arrojo y la valentía demostrados en esa rebelión, al estilo de Bar Kojba contra los romanos, me da más sentido para honrar a los mártires de nuestro pueblo.
Hoy, a 80 años del 27 de enero de 1945, vemos cómo los crímenes de odio siguen proliferando y están a la orden del día, y ni hablar de la judeofobia, sentimiento de odio que ha traspasado todas las barreras inimaginables en el último año, cuando Israel (el judío internacional), haciendo uso del derecho a su legítima defensa por la invasión sufrida el 7 de octubre de 2023 por terroristas palestinos, ha sido descalificado en diversos escenarios mundiales, tildándosele de genocida, demandado ante la Corte Internacional de Justicia, vilipendiado en los más prestigiosos medios de comunicación globales, así como hemos visto incrédulos cómo estudiantes judíos han sido asediados y perseguidos en prestigiosas universidades norteamericanas, se han vandalizado sinagogas y cementerios judíos al estilo de la Kristallnacht, y se han publicado millones de tuits, mensajes, imágenes que nada tienen que envidiarle a la propaganda antisemita de Joseph Goebbels. Vivimos en un mundo de valores invertidos, donde la ignorancia solo es superada por la estupidez, donde una narrativa, por más absurda que sea, se puede posicionar como una verdad, si es bien patrocinada y con suficientes recursos económicos.
En fin, este es un combate educativo y cultural que hay que dar, que estamos obligados a dar, por la memoria de las víctimas del Holocausto, sus descendientes, por las generaciones futuras y por los más de 240.000 sobrevivientes de la Shoá que todavía, B’H, siguen en este plano, según la última encuesta obtenida por la Conferencia Judía de Reclamaciones Materiales contra Alemania del año 2024.