Davito querido, qué difícil se me hace escribir estas palabras con motivo de tu partida. Al igual que muchos, aún no logramos realizar que ya no estés entre nosotros físicamente, porque tu presencia y tu espíritu permanecerán por siempre en nuestros corazones.
Al pensar en ti fluyen los recuerdos al compás de una memoria selectiva, plena de vivencias y sentimientos. Te conocí cuando yo tenía 15 anos, tú eras un joven y prometedor estudiante de Ingeniería en la UCV y yo una adolescente estudiante de bachillerato a quien no se le daban muy bien las matemáticas, así que, como nuestras familias eran amigas, me diste clases particulares logrando descifrar, con tu impecable lógica y tu innata pedagogía, toda esa maraña de fórmulas y ecuaciones que me traían por el camino de la amargura. Esa pequeña anécdota marco el punto de partida de una entrañable y autentica amistad que duró toda la vida.
Empezamos a frecuentar el mismo grupo, ¿recuerdas? Lo conformaban varios de tus amigos de Marruecos llegados a Venezuela como tú ,y varias compañeras mías del colegio; empezábamos a vivir nuestra juventud con ilusión, alegría, sueños y aspiraciones, sanamente. Cualquier excusa era buena para reunirnos y compartir, desde una parrilla en El Junquito, una visita a la Colonia Tovar, irnos a Bahía de Cata un primero de enero, un juego de cartas con motivo de Purim, hasta subir al Ávila en teleférico. Qué bien lo pasábamos, ¿verdad? Durante el trascurso de esos años te conocí como amigo: íntegro, genuino, noble, inteligente, conciliador, con sentido del humor. Tú fuiste “el mediador” para que Jacob y yo nos conociéramos, dándome toda clase de recomendaciones de que era un excelente muchacho, ya que la amistad entre ustedes, y también con David mi cuñado, se remontaba a vuestra más temprana infancia. ¡Fue tan fácil aprender a quererte como un hermano, Davito! Haciendo una pausa en este recorrido por la geografía del recuerdo, me vienen a la memoria los versos de aquel poeta: “Juventud, divino tesoro, te vas para no volver, cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin querer”.
La vida siguió su curso, todos nos fuimos casando, formando nuestras propias familias, asumiendo una etapa de retos, responsabilidades y crecimiento personal. Surge entonces, en el horizonte comunitario, un nuevo y pequeño colegio, el Talmud Torá Sinai, como una alternativa válida para aquellos padres interesados en una educación judía mas solida. Es así como ambos, junto a otros, compartimos nuestra labor en el Comité de Educación del Colegio Sinai durante varios años, diseñando un proyecto educativo viable, evaluando sus fortalezas, debilidades y su proyección a futuro. Apostamos por esa nueva propuesta educativa inscribiendo a nuestros propios hijos; allí se formaron y adquirieron sus primeros conocimientos y vivencias. Tú también asumiste , paralelamente, la conducción de la sinagoga del Colegio Sinai. Cuántas reuniones esclarecedoras lideraste, David, cuántos shiurim de calidad empezaste a impartir los sábados por la tarde, iniciándonos en el conocimiento de la filosofía judía, analizando la parashá semanal, estudiando El Kuzari, explicando la intrincada obra de Maimónides y un largo etcétera. Repertorio era lo que te sobraba, y tu agudeza para abarcarlo todo a profundidad era notable.
En ese momento empezamos a conocer otra de tus facetas, Davito, la de tu actitud comprometida con la comunidad, la del conferencista que trasmitía sus conocimientos con motivación y entusiasmo, preparando a conciencia sus clases, estudiando a fondo a nuestros exégetas bíblicos y a nuestros sabios más excelsos para dejar un mensaje claro y, a la vez, profundo de los temas tratados. Te habías convertido en el Ingeniero David Suiza, un hombre preparado y conocido por todos, tanto profesionalmente como judío activo; te habías labrado un buen nombre en tu comunidad, y eso es más valioso que los diamantes y las piedras preciosas.
En un abrir y cerrar de ojos, o al menos así es como lo percibimos, llegamos a la tercera edad, una calva incipiente para ti, unas canas de más para mí, y uno que otro achaque. En contraste, más sabiduría y experiencia, ideas claras y firmes, podríamos decir que se trata de un balance perfecto. B’H nos convertimos en abuelos, Davito, ¿lo puedes creer? ¡Toda una delicia y una bendición! Ya cada uno dedicado a sus tareas y a su vida, no nos veíamos con la asiduidad que hubiéramos querido, qué pena que el ritmo de la cotidianidad nos extravíe muchas veces de ir al encuentro de nuestros más sinceros afectos.
No obstante, cuando coincidíamos en una reunión, en algún evento o en la sinagoga, no perdíamos la oportunidad de dialogar como viejos amigos, de intercambiar opiniones sobre diferentes tópicos, y para nuestra satisfacción evidenciábamos que nos encontrábamos “en la misma onda de pensamiento”.
Tú venias de un hogar apegado a las tradiciones, y aun cuando eras un judío observante que conocía y cumplía con las mitzvot establecidas por nuestra Torá, te distinguías por tener una mente abierta, analítica, hacías uso de tu intelecto para aprehender a Dios y para darle una perspectiva filosófica a nuestro judaísmo. Para ti, ser un judío pleno e íntegro era cuestionarse, debatir, ejercer el poder del pensamiento como herramienta divina para sobrellevar las corrientes de los tiempos y de otras culturas. Ser judío era para ti, en todo el sentido de la palabra, asumir el reto del conocimiento de nuestras fuentes y adquirir la independencia intelectual para discernir la verdad de aquello que no lo es, porque el sello de Dios es precisamente la verdad. Por eso amabas estudiar a los grandes exponentes de la edad de oro del judaísmo español.
Y de repente nos sorprende la vida, una noticia preocupante, te trasladas con Mazal a Miami para seguir tu tratamiento. Hablamos varias veces, nos vimos y compartimos como hacía tiempo que no lo hacíamos. Me confiaste tu convicción de que todo lo que Hashem hace es por bien, y que tenías la esperanza de superar esta dura prueba. Todo trascurrió demasiado rápido, en cuestión de meses. En su infinita misericordia, Hashem acortó tu período de sufrimiento, y el de Mazal y tus queridos hijos. Siempre tuviste un alma noble y buena, y así te fuiste, rápida y sigilosamente, sin ocasionar molestias, así como eras tú, considerado con todos hasta el final. Sin embargo, tu partida es solo física, amigo mío, lograste trascender dejando una huella imborrable en tu compañera de vida, en tus hijos, en tus familiares y en todos aquellos que te conocimos y quisimos, porque has sido un hijo, un esposo, un padre, un amigo y un judío ejemplar. ¡Hasta siempre, Davito querido!