Israel es el único país del mundo que tiene ministerio y actividades de hasbará. Mal traducido como esclarecimiento, en verdad significa literalmente “explicación”. Aun en medio de bombardeos y ataques de todo tipo, Israel y los judíos… explican.
El antisemitismo y la judeofobia son de muy vieja data. Se han disfrazado con distintas vestimentas. Hoy en día, muchos asumen la posición de antisionistas. Sionismo es el movimiento de liberación nacional judío, con miras a tener y sostener un Estado judío. Quienes se definen como antisionistas no solamente niegan este derecho, muchos tienen como agenda la destrucción total de los judíos y del pueblo judío. ¿Es tan difícil entenderlo a la luz de los hechos y las posturas asumidas? No. Es más que evidente.
El 7 de octubre, Hamás cometió un progromo contra ciudadanos inocentes de cualquier cosa, que estaban en el lugar de los acontecimientos: en un concierto, en sus casas, en su descanso nocturno o de madrugada. Asesinados a tiros, degollados, quemados y secuestrados, a la usanza de la Europa antisemita, la Inquisición y el Holocausto de los nazis. Con una sutil diferencia: filmación en tiempo real de la barbarie. No para denunciarla. No. Para publicitarla y mostrarla como un logro, una colosal victoria, de una causa asesina. Inhumana y, por demás está señalarlo, inmoral.
A medida que los hechos se van conociendo, se descubren más horrores y más crueldad. Entre los horrores que descubrimos están las reacciones de algunos. Hay quienes aplauden la acción de Hamás y atribuyen extrañas justificaciones que no se merecen siquiera considerar. Hay otros que no condenan lo evidente: la barbarie. Están los silentes de siempre, que asumen una peligrosa complicidad. Y están también aquellos que no son capaces de lamentar el derramamiento de sangre judía, dar unos pésames, aunque sea por diplomático e hipócrita compromiso. Qué soledad la de Israel y la de los judíos.
Un soldado israelí observa la destrucción causada por los terroristas de Hamás en el kibutz Kfar Aza
(Foto: Flash90)
Por supuesto que nos emocionan las palabras del presidente Joe Biden, y el respaldo norteamericano inmediato. También las muestras de solidaridad de muchos países, personas e instituciones. Nos conmueve el espíritu de unidad del pueblo judío dentro y fuera de Israel. Pero todo esto no cambia una triste realidad que debió ser advertida y ahora nos resulta que era evidente.
Cuando Chamberlain pactó con Hitler, Churchill protestó. Anunció que tratar de apaciguar a los nazis antes que disuadirlos, traería sangre, sudor y lágrimas. Así fue. El escaso tiempo y la precaria tranquilidad lograda duró muy poco, y la humanidad pagó un alto precio. Los judíos pagaron la mayor cuota.
Hamás, Hezbolá, países y regímenes e instituciones, quienes apoyan a los enemigos declarados de Israel, aquellos que no niegan el objetivo de borrarlo del mapa y que consideran a todos los judíos, dondequiera que estén, blancos potenciales, no han sido disuadidos. Han sido complacidos para apaciguar su espíritu violento. Nunca habrá apaciguamiento suficiente, como ha quedado demostrado. El primer frente a atacar ha sido Israel y los judíos. No han de ser los únicos.
Hacerse de la vista gorda no ha sido la solución. Permitir que Hamás gobierne Gaza, otorgarle ayuda financiera, la UNRWA allí como siempre, permitir el acceso de materiales de construcción, dejar pasar todos los contrabandos posibles, recibir a sus líderes en capitales del mundo, dar amplia cobertura mediática a su narrativa manipuladora y paremos de contar, no los ha apaciguado. Permitir que lleguen fondos de Catar, dar permisos de ingreso a Israel todos los días a miles de trabajadores, suministro de agua y luz, además de otras tantas cosas, a pesar del manifiesto sincero y claro de Hamás de no reconocer, no negociar y no paz con Israel, no ha funcionado. Su objetivo de acabar con Israel es público, sincero y sentido. Las acciones del 7 de octubre lo corroboran una vez más, esta vez con mayor crueldad.
Todas las anteriores operaciones de Israel, en respuesta a campañas de lanzamiento de cohetes, lograron solamente treguas más o menos largas. Tratar de apaciguarlos, antes que enfurecerlos o disuadirlos, alimentó un sentimiento de soberbia e invencibilidad de quienes asumen la muerte como causa, el martirio como heroísmo y el asesinato como una herramienta legítima de lucha
La complacencia con Hamás y sus similares ha pasado factura. Los cohetes que fabrican y almacenan desde hace tiempo han sido usados, y seguirán siendo usados. Lanzados contra poblaciones de Israel en ráfagas asesinas, sin puntería fina y maldad gruesa. Todas las anteriores operaciones de Israel, en respuesta a campañas de lanzamiento de cohetes, lograron solamente treguas más o menos largas. Tratar de apaciguarlos, antes que enfurecerlos o disuadirlos, alimentó un sentimiento de soberbia e invencibilidad de quienes asumen la muerte como causa, el martirio como heroísmo y el asesinato como una herramienta legítima de lucha. Al momento de escribir esta nota, Hezbolá en el Líbano y su mentor persa advierten y amenazan sin pudor.
El mundo civilizado ha demostrado solidaridad con Israel. Solidaridad a veces obligada, porque lo sucedido no da para otra cosa. Tan pronto la campaña de Israel para ajustar cuentas con Hamás —anular la organización y evitar que esto vuelva a suceder— siga mostrando los inevitables daños colaterales, Israel será condenado. Se olvidará lo ocurrido el 7 de octubre, entre otras tantas agresiones que se han sufrido.
Israel volverá a la soledad de siempre. Y con el rigor de la realidad entenderemos una vez más que el apaciguamiento no puede sustituir a la disuasión. Que la hasbará es una tarea noble, pero inútil ante quienes tienen una agenda perversa o una posición tomada.
Lamentable… por lo cierto.