El recién pasado 23 de octubre, periodistas y corresponsales extranjeros en Israel fueron invitados a ver un video de 43 minutos, el cual contenía imágenes sin editar, de las cámaras corporales de los terroristas de Hamás, acerca de sus múltiples crímenes perpetrados el fatídico 7 de octubre, cuando penetraron desde Gaza al sur del territorio soberano de Israel, trasformando un bucólico paraíso en un verdadero infierno.
Los que observaron esa maldad infinita quedaron conmocionados con las diversas escenas, pero muchos coincidieron en señalar que uno de los casos que más los impactó fue el audio de una llamada que hizo uno de los terroristas a su familia en Gaza, desde el teléfono de una mujer a la que instantes antes había matado; no hubo imágenes, pero se oye la voz del asesino, emocionado y satisfecho, decirle a su padre: “¡Estoy adentro de un kibutz, acabo de matar a 10 judíos con mis propias manos! ¡Tu hijo mató a 10 judíos! Te mandé fotos por WhatsApp”, y el padre lo bendice. Para los terroristas y sus cómplices está claro que fueron a matar judíos, tal cual la muchedumbre en la Edad Media.
Manifestación “propalestina” en Chicago, el pasado 18 de octubre. Los gritos de los que participan en estas movilizaciones comienzan refiriéndose a Palestina, pero rápidamente pasan a expresiones de odio antisemita
(Foto: AFP)
Durante años hemos visto infinidad de argumentos de quienes pretenden esconder su antisemitismo presentándose como “antisionistas”; han esgrimido que no tienen nada contra los judíos, que su problema es contra el sionismo y el Estado de Israel. Sin embargo, los homicidas, enfermos de odio antisemita, vociferan que mataron judíos. Resulta obvio que no tienen dudas sobre la estrecha e inherente relación entre el pueblo judío y el Estado judío.
De esta manera, en estos días de guerra, hemos visto a los ayatolas amenazar la vida de los 10.000 judíos de Irán, quienes constituyen, a todas luces, una comunidad rehén. También hemos visto que en distintos lugares han arremetido contra sinagogas, como en Alemania y Chile; amenazas de bombas en escuelas judías, o la destrucción de nuestros símbolos; así encontramos una menorá (candelabro) derribada en Nicaragua. Incluso han manifestado frente a negocios y/o comercios cuyos dueños son judíos, como lo acontecido delante de un hotel en Barcelona. De forma cobarde, han perturbado la paz de los sepulcros al vandalizar con ofensivos grafitis los cementerios judíos.
En ciudades como Nueva York y Chicago han agredido con golpes y patadas a personas que visiblemente son judías. Para colmo, y sin el menor titubeo de que se trató de antisemitismo duro y puro, pudimos observar que durante una marcha delante de la emblemática Ópera de Sydney, iluminada en azul y blanco (los colores de la bandera de Israel), los manifestantes gritaron “¡gas para los judíos!”
En ciudades como Nueva York y Chicago han agredido con golpes y patadas a personas que visiblemente son judías. Para colmo, y sin el menor titubeo de que se trató de antisemitismo duro y puro, pudimos observar que durante una marcha delante de la emblemática Ópera de Sydney, iluminada en azul y blanco (los colores de la bandera de Israel), los manifestantes gritaron “¡gas para los judíos!”, en referencia a las masacres sufridas por el pueblo judío durante la Shoá. Sobre la base de ese mismo recuerdo, múltiples veces, al entablar una discusión sobre la actual guerra en las redes sociales, los antisemitas pretendieron saldar su perversidad con el supuesto insulto del jabón.
Recordamos la cantidad de veces que, sin conocer la historia, se ha descalificado la definición de antisemitismo de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA por sus siglas en inglés), debido a que, con absoluta razón, incluye las agresiones en contra de Israel, el judío entre las naciones. Sin embargo los judíos, quienes somos los afectados, distinguimos perfectamente entre una crítica válida al Estado judío y las manifestaciones de antisemitismo; para ello, las claves las enumeró Natan Sharansky, y son las llamadas tres “D”: deslegitimación, demonización y doble rasero. La experiencia nos demuestra que esa prueba no falla.