Elías Farache
E n la actualidad, manifestarse como antisemita constituye algo estúpido, políticamente incorrecto, racista y falto de toda elegancia. Sin embargo, la antipatía hacia los judíos y las causas judías existe aún. Prejuicios, equivocaciones, mala fe, falta de información, tradición de odio. A todas luces al antisemitismo es muy difícil darle explicaciones y razones lógicas. Pero ha existido, existe y, lamentablemente, todo hace pensar que existirá.
Una de las causas judías más exitosas es aquella que logró el establecimiento de un Estado judío en los confines bíblicos del Reino de Israel y de Judá. El movimiento político que llevó a cabo esta autodeterminación territorial judía es el sionismo, término que deriva de Sión, el monte donde se erigió el templo del rey Salomón, del cual solo queda el Muro Occidental o Muro de los Lamentos. Donde ahora está la mezquita de al-Aqsa.
Eso y nada más que eso es el sionismo. Un movimiento de liberación nacional exitoso, que logró concretar la aspiración judía de un Estado propio, en aquellas tierras a las cuales le asiste derecho histórico y una justificación religiosa que es absolutamente reconocida por las religiones monoteístas clásicas: Judaísmo, Cristianismo e Islam.
El sionismo tiene vertientes como buen movimiento político. Hay sionistas de izquierda, hay sionistas más de acuerdo con teorías económicas liberales. Hay sionistas religiosos y sionistas seculares. El punto de común acuerdo es precisamente la necesidad de tener un Estado judío.
En los últimos años se ha manoseado al sionismo de manera burda, grosera y, además, con profunda ignorancia. Se le atribuyen acciones y actividades que nada tienen que ver con él. Se descalifica a personas y personeros, a causas que no tienen ninguna relación con el Estado de Israel, denominándolos despectivamente “sionistas”.
Al Estado de Israel se le procede a llamar el Estado Sionista de Israel… lo cual es una redundancia extrema. Seguro que el Estado de Israel es un Estado sionista, pues es el producto del éxito del movimiento que le dio origen.
Al descalificar al Estado de Israel, al negar su derecho a la existencia, al vilipendiarlo, al asumir y apoyar un movimiento como Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS), al tratar de deslegitimarlo y presentarlo como lo que verdaderamente no es, sencillamente se incurre en antisemitismo, atacando y desconociendo una causa judía que es sencillamente noble y a lugar.
En los últimos años se ha manoseado al sionismo de manera burda, grosera y, además, con profunda ignorancia.
Existe un problema en la actualidad, que es ya de vieja data. Desde antes de la creación del Estado, y luego ella, está por resolverse el problema de los árabes que viven en los confines del territorio que fue objeto de la partición de Palestina de 1947. Israel aceptó esta resolución de la ONU que establecía un Estado judío y otro árabe; pero los países árabes y el movimiento nacional árabe palestino se negaron a aceptar la partición. Al ganar Israel la Guerra de Independencia, en la Cisjordania que detentaba Jordania y en la Franja de Gaza que detentó Egipto quedaron sendas poblaciones de árabes palestinos, además de los refugiados del conflicto que fueron a parar a campos en muchas partes de los Estados árabes, incluyendo también Cisjordania y Gaza. La Guerra de los Seis Días, en junio de 1967, concluyó en que Israel pasó a administrar los territorios antes mencionados luego de una aplastante e inesperada victoria.
Muchos intentos de lograr la paz han fracasado. Iniciativas de paz, los tratados de Oslo, hojas de ruta, planes de las potencias, ideas de presidentes norteamericanos. La razón principal, quizá única de este resultado tan poco edificante, es muy sencilla: los palestinos, o la dirigencia palestina en todas sus vertientes, con distintos grados de ferocidad, sencillamente se niegan a aceptar el derecho de los judíos a tener un Estado independiente, y una vez establecido no lo reconocen. A este no reconocimiento se unen varios países importantes, como el caso de Irán por citar un ejemplo, que además anuncia la necesidad de “borrarlo del mapa”.
El antisionismo se convierte entonces en una causa que busca presentar al movimiento de liberación del pueblo judío, y al Estado de Israel, como el único culpable y responsable de la trágica situación del pueblo palestino. Se presenta al Estado de Israel como racista, violador de derechos humanos. Si actúa en defensa propia, es acusado de genocida. Se justifican los ataques terroristas de quienes cobran víctimas, se condenan las reacciones de Israel. De nada vale explicar el conflicto, documentar los hechos y situaciones que se presentan. Los antisionistas no atienden razones.
En esto hay una similitud brutal entre antisionismo y antisemitismo. De nada vale tratar de explicar y justificar cuando el juicio ya está hecho, o la intención es evidente. ¿Acaso los argumentos antisemitas clásicos contaron con alguna veracidad? No. Lo que priva, en la gran mayoría de las acusaciones, es sencillamente un prejuicio antisemita. Claro que por los momentos es un prejuicio presentable… políticamente correcto.
Para los judíos, con mucho dolor, más de lo mismo.