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Hace algunos días, nuestra comunidad sufrió otra dolorosa pérdida: Annie Walg de Reinfeld (Z’L), incansable luchadora por la conciencia de la Shoá entre las nuevas generaciones. Su personalidad fuerte, y a la vez encantadora, lograba cautivar a la audiencia al narrar sus terribles experiencias en los campos de concentración, la pérdida de su familia y su posterior reconciliación con la vida. Este es un pequeño recuerdo a una mujer extraordinaria.
Q uienes leemos estas palabras, tenemos un compromiso con la historia. Hemos sido receptores directos de un legado. Lo hemos recibido de seres que llenaron nuestras vidas de sentido, de fortaleza y de asombro: los sobrevivientes.
Annie Reinfeld, nuestra querida Annie Reinfeld, ha cumplido. Logró permanecer en pie cuando el episodio más cruel del siglo XX pasó delante de sus escasos diez años, llevando su vida a las tinieblas, plasmando en el recuerdo la nube negra que se llevó a sus seres queridos. Renació y cobró fuerzas, para contarnos una y otra vez lo que fue el genocidio de los judíos y otros grupos humanos en Europa, durante la Segunda Guerra Mundial. Incansablemente formó parte del Comité Venezolano de Yad Vashem, y en el sur de la Florida dedicó la última parte de su vida a ir de escuela en escuela para presentar su testimonio y educar a los jóvenes sobre el Holocausto y sobre la dignidad humana.
Annie dio todo de sí, con su espíritu luchador, su clamor por la justicia, su dolor inaplacable, su pasión, su ansiedad, su humildad. Annie es un emblema de la mujer sobreviviente: entereza, dolor sin lágrimas, amor de escasas caricias, fortaleza y entrega, soledad y esperanza.
Annie dejó su testimonio en el documental La ausencia, proyecto de Yad Vashem Venezuela que tuve la dicha de realizar junto con muchos profesionales del arte, quienes tuvimos el privilegio de conocerla, así como a sus queridos compañeros sobrevivientes del Comité, y tantos otros que abrigó Venezuela y han sido los patriarcas de nuestra comunidad.
En nombre de la comunidad de Venezuela y la Florida que tuvimos a Annie entre nosotros, rendimos honor a todos los sobrevivientes. Todos marcaron nuestras vidas. Son personas únicas que siempre vivirán en nosotros, Le Dor Va Dor. Personas eternas que amaremos siempre.
En nombre de aquellos quienes no lograron sobrevivir digo: “Annie, has cumplido. En nombre de todos gracias, Annie”.
Trascribo a continuación el legado de Annie Reinfeld en La ausencia:
“Recuerdo como ayer aquel 10 de mayo de 1940. Al amanecer, por el ruido de los aviones y la radio, supimos que los alemanes nos habían invadido. Holanda estaba en guerra. Creo que la radio quedó encendida los cinco días que duró la resistencia holandesa. Yo aún no había cumplido los diez años, pero recuerdo muy bien que las noticias de la radio me enfermaban: que si los alemanes habían lanzado paracaidistas disfrazados de médicos, monjas, enfermeras; que habían bombardeado tal lugar, que estaban avanzando por aquí y por allá.
No sé lo que me imaginaba de todo aquello, pero el resultado fue que me llevaron al médico. Él dijo entre otras cosas que yo no era la única, y unos días después se suicidó junto a toda su familia. La gente pegaba tirro en todas las rendijas de la cocina, y luego abría las llaves del gas.
El quinto día de la invasión, Holanda capituló. De ahí en adelante pasó de todo. Recuerdo con escalofrío el aullar de las sirenas de alarma en Ámsterdam. Se oían los aviones enemigos, y a veces se veían a gran altura, si era de día y el tiempo bueno. Los alemanes empezaban a disparar desde tierra, y a veces se oía caer pedazos de munición. Afortunadamente, cerca de nuestro hogar nunca cayeron bombas.
Luego, poco a poco, comenzaron los decretos contra los judíos.
Durante 1942 asistí por un corto lapso a un colegio solo para niños judíos. Antes de la guerra íbamos a colegios públicos. Quizá fue el mismo colegio a donde iba Anna Frank, porque la heladería Oasis que ella menciona en su libro yo también la visitaba.
El 20 de junio de 1943, los nazis hicieron una gran redada en Ámsterdam, sacando a muchos judíos de sus hogares para llevarlos a campos de exterminio o campos de concentración. A mis padres y a mí nos llevaron al campo holandés de Westerbork. Y de ahí, el 14 de septiembre de 1943, nos llevaron a Bergen-Belsen, donde éramos los primeros judíos holandeses.
Luego, en febrero del 44, nos metieron otra vez en los vagones de carga y nos llevaron a Theresienstadt, donde estuvimos hasta octubre de 1944. Después, de nuevo en vagones de carga, nos llevaron a Auschwitz, donde al llegar me quitaron a mi madre, para no volverla a ver más nunca. A ella la mataron en las cámaras de gas.
De Auschwitz nos trasladaron a Merzdorf, una fábrica textil. Ese fue el peor invierno que pasé, con temperaturas de hasta 25 grados bajo cero. Tuve que pasar todo el invierno llena de piojos, porque en ocho meses creo que no me bañé jamás. El frío era muy fuerte. Teníamos que trabajar, no había tiempo para el cuerpo de uno.
Así aguanté hasta el 10 de mayo de 1945, cuando finalmente los rusos nos liberaron.
Cuando llegó la tan ansiada libertad ya no pudimos expresar alegría, porque ya no teníamos fuerza. Ya estábamos en una debilidad tan terrible que todo daba lo mismo.
Luego de un viaje de cuatro semanas para regresar a mi hogar, me encontré con que no había regresado más nadie. Lo único que yo sabía era que tenía que regresar a donde los vecinos gentiles. Mis padres nos habían dicho que, de regresar algún día, fuera donde ellos, y eso fue lo que hice.
Afortunadamente me recibieron muy bien, y a los pocos días regresó también mi única hermana. De una familia de 45 personas no volvió más nadie
.Lizbeth Schonfeld