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En toda biblioteca, por muy sencilla que sea, siempre suele encontrarse algún libro de André Maurois, fecundo como era en la publicación de novelas, biografías y estudios históricos que ayudan a desandar el complejo panorama de la modernidad. A poco de cumplirse 50 años de su fallecimiento, echamos un vistazo a su vida y obra para conocer un poco más de uno de los escritores que se ha convertido en todo un clásico de nuestros tiempos.
La vocación humanista
Su verdadero nombre era Émile Salomon Wilhem Herzog, y nació el 26 de julio de 1885 en el seno de una acomodada familia judía, en Elbeuf, Normandía. Sus padres, Ernest Herzog y Alice Lévy-Rueff, habían huido de Alsacia después de la guerra franco-prusiana de 1870-1871, y se refugiaron en la ciudad normanda, donde tenían un molino de lana. Su abuelo, artífice de aquella mudanza, llevó a toda su fuerza de trabajo alsaciana al molino reubicado, por lo que más tarde recibiría la Legión de Honor de la República por haber “salvado una industria francesa”. Estas experiencias serían ficcionalizadas más tarde por el futuro escritor en la novela Bernard Quesnay (1926), que cuenta la historia de un joven veterano de la Primera Guerra Mundial con inclinaciones artísticas e intelectuales, quien es requerido, en contra de su voluntad, para trabajar como director en las fábricas textiles de su abuelo.
Educado en el Liceo Pierre Corneille de Ruán, André Maurois tuvo como profesor al conocido filósofo Emile-Auguste Chartier (mejor conocido por el seudónimo Alain), quien orientó su vocación humanista hacia los estudios superiores de Filosofía y Letras, cursados posteriormente en la Universidad de Caen. Por aquel entonces, el Caso Dreyfus estaba en pleno apogeo, y él y su familia alsaciana no quedaron exentos de sufrir los rigores del creciente antisemitismo desatado en la sociedad francesa por la nefasta sentencia judicial contra el capitán, también de origen judío alsaciano, Alfred Dreyfus.
“El horizonte es negro, la tempestad amenaza; trabajemos. Este es el único remedio para el mal del siglo”
Desde 1904 y hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial trabajó en la fábrica textil de su familia. Al estallar la “Gran Guerra”, se unió al ejército francés y sirvió como intérprete gracias a su perfecto dominio de la lengua inglesa, y luego como oficial de enlace con el ejército británico, lo que lo familiarizó con el carácter y la cultura anglosajona. Su novela inaugural, Los silencios del coronel Bramble (1918), firmada por primera vez con su seudónimo André Maurois, fue un relato de esa experiencia. Escrita en plena conflagración bélica internacional, esta obra refleja el interés de Maurois por la literatura inglesa, a la que rinde tributo recurriendo a un género que siempre ha gozado de gran aceptación entre los autores y los lectores británicos: las memorias humorísticas.
Luego de esta incursión, probó suerte con la novela sicológica con la publicación de Bernard Quesnay, quedando en evidencia que estaba mejor dotado para la captación y descripción de ambientes, usos y costumbres, que para la indagación en la complejidad síquica de sus personajes. A raíz de ello, daría a las prensas su novela Climas (1929), una soberbia radiografía de la pequeña burguesía de provincias y el opresivo ambiente en que se desenvuelve. Aprovechando el éxito alcanzado por esta obra, publicó otras novelas como El pesador de almas (1931), El círculo familiar (1932) y El instinto de la felicidad (1934) .
“Los hombres tienen necesidad de ser amados para ser felices y de ser más o menos poderosos para ser amados”
Consagrado durante las décadas de los años 20 y 30 como uno de los narradores de mayor éxito en la literatura gala del momento, viaja a Cambridge y luego a Princeton a dictar una serie de conferencias. Y posteriormente, en 1938, es elegido miembro de número de la prestigiosa Academia Francesa.
Aires de guerra
Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, fue nombrado Observador Oficial francés adjunto a la Sede General británica. En este cargo acompañó al ejército británico a Bélgica. En el trascurso de la guerra, en plena invasión de Francia por parte del ejército nazi, las simpatías que despertaba entre los lectores franceses se incrementaron considerablemente debido a su firmeza a la hora de negar obediencia al gobierno títere de Vichy; pero, al mismo tiempo, su decidido apoyo a la resistencia francesa, promovida por la organización clandestina Francia Libre, le acarreó serias amenazas por parte de los partidarios del gobierno colaboracionista del mariscal Philippe Pétain, por lo que se vio forzado a abandonar su país natal para buscar refugio en Estados Unidos, donde volvió a Princeton a enseñar hasta el final del conflicto.
A propósito del enfrentamiento bélico, afirmó que los judíos de la diáspora tenían que elegir la segregación o la asimilación. Siendo él mismo un asimilacionista convencido, permaneció interesado en los problemas de la identidad judía, a lo que se refería en la primera parte de sus Memorias (1942), pero posteriormente confesaría “una profunda tristeza” dentro de sí mismo, alabando el enriquecimiento intelectual que los judíos habían traído a la literatura francesa.
“¿Qué hace falta para ser feliz? Un poco de cielo azul encima de nuestras cabezas, un vientecillo tibio, la paz del espíritu”
A su regreso a Francia, en 1946, fue recibido con todos los honores, siguió escribiendo y murió a los 82 años, el 9 de octubre de 1967, en Neuilly-sur-Seine, cerca de París, después de una larga carrera como autor de novelas, biografías y libros de historia. Maurois recibió en vida la admiración del público y el homenaje del mundo intelectual, al otorgársele, entre otras distinciones, la Gran Cruz de la Legión de Honor.
• Los silencios del coronel Bramble. Madrid: Ediciones Cátedra, 2017.
• Historia de Inglaterra. Madrid: Ariel, 2015.
• En busca de Marcel Proust. Barcelona: Ediciones B, 2005.
• El instinto de la felicidad. Madrid: Ediciones Del Bronce, 2004.
• La vida de Disraeli. Madrid: Editorial Palabra, S.A., 2004.
• Climas. Barcelona: DeBolsillo, 2002.
Biógrafo de excepción
La pasión por la historia, sumada a su temprana afición por la lectura, llevó a Maurois a escribir numerosas biografías, género en el que pronto quedó consagrado como uno de los mayores especialistas de las letras francesas contemporáneas, gracias a una profunda documentación y amenidad, así como por su erudición e imaginación. Especialmente celebradas fueron sus semblanzas biográficas de Lord Byron, Percy Bysshe Shelley, Voltaire, Honoré de Balzac, George Sand, Victor Hugo, Marcel Proust, François de Chateaubriand e Iván Turguéniev.
Maurois escribió también su propia autobiografía en un muy honesto libro titulado Memorias, aparecido en 1948 donde habla, entre otras cosas, habla de su primer matrimonio, que acabó con el fallecimiento de su esposa enferma en 1924, la joven aristócrata polaca-rusa Janine de Szymkiewicz, y de sus segundas nupcias con Simone de Caillevet, sobrina de Marcel Proust.
"Sin una familia, el hombre, solo en el mundo, tiembla de frío”
De igual modo tuvo especial talento para el ensayo literario, como lo demuestran su Ensayo sobre Dickens (1930), Introducción al método de Paul Valéry (1933), Estudios ingleses (1927), Aspectos de la biografía (1929), Un arte de vivir (1939), Siete caras del amor (1947), Retrato de Francia y de los franceses (1955), Francia cambia de cara (1956), Los tres Dumas (1957) y Lectura, mi dulce placer (1958).
En este punto de su experiencia biográfica, cabe ubicar la particular dedicación de André Maurois a la divulgación de la historia, plasmada a partir de sus vivencias en una espléndida Historia de los Estados Unidos, Historia de Inglaterra, Historia de Francia, Historia de Alemania, así como el fundamental Eduardo VII y su tiempo. En estos libros Maurois no abruma ni con fechas ni con datos. A medida que se avanza en el relato, el tiempo pasa sin darnos cuenta, cualidad que le es propia a los buenos autores. La lectura fluye con un estilo sencillo, no se estanca en datos superfluos, y estas características, que le granjearon muchísimos lectores, condujeron a la publicación de sus obras completas en 16 volúmenes entre los años 1950 y 1955.
A los 80 años, André Maurois accedió al pedido de un joven de 20 que le pedía recomendaciones sobre “la conducta en la vida”. Conmovido por la petición, le contestó en una larga carta abierta ofreciéndole sus consejos.
Lo primero que le señaló es que “hay que vivir para otra cosa que para sí mismo”. “El hombre que medita sobre sí mismo encontrará siempre miles de razones para ser desdichado. Jamás hizo lo que hubiera querido y debido hacer; jamás obtuvo todo lo que, según pensaba, se merecía; muy rara vez ha sido amado como hubiera soñado serlo. Si rumia el pasado, experimentará penas y remordimientos, lo que es inútil”. Y concluye que “todo ser que vive para los demás (...) olvida maravillosamente sus angustias y sus pequeños intereses”.
También le recomendó “que hay que actuar”, porque “en lugar de lamentarnos de lo absurdo del mundo”, se debe “trasformar este pequeño recinto en el que fuimos arrojados”, pero sin la aspiración de cambiar el universo. “Cada uno en su esfera de acción: yo escribo libros, el carpintero arma los estantes de mi biblioteca, el agente de policía dirige el tránsito, el ingeniero construye, el intendente administra la comuna. Todos, si se ocupan de labores que saben realizar, se sienten felices en el momento de actuar”.
Otra recomendación de Maurois fue: “Hay que creer en el poder de la voluntad”, con sus limitaciones, es decir, sabiendo que “la libertad vive en la frontera entre lo posible y la voluntad”. De igual modo, hay que ser fiel a las promesas, a sí mismo, porque la fidelidad termina por crear “aquello que la justifica”. Esta misma regla la enuncia de esta otra manera: “Hay que pertenecer a esa clase de hombres que nunca decepcionan”. Maurois advierte que no es una virtud fácil, ya que “mil tentaciones se atraviesan en el camino del compromiso que se adquirió”.
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