Últimamente, la República Islámica de Irán ha estado en las noticias por haber derribado un dron estadounidense, atacado gasoductos de Arabia Saudita, barcos en las costas de Emiratos Árabes Unidos, lanzado un misil contra la zona diplomática en Bagdad por medio de sus proxies, obstruido la navegación comercial en el estrecho de Ormuz, amenazado a Londres tras la captura in fraganti de un buque iraní en aguas próximas al peñón de Gibraltar y, especialmente, por haber anunciado sus violaciones al pacto nuclear de 2015.
Si bien las tensiones recientes entre Irán y una parte de la comunidad internacional han alcanzado un pico alto, lejos están de ser novedosas. Como ya fue señalado, Teherán ha estado en guerra con naciones árabes sunitas y países occidentales por los últimos 40 años. Desde la revolución jomeinista, norteamericanos, europeos, israelíes, árabes y otros han padecido la violencia iraní.
Los argentinos también hemos sufrido las consecuencias violentas de la exportación de la revolución iraní: en 1992, con la voladura de la embajada de Israel en Buenos Aires, y con el atentado contra la sede de la comunidad judía AMIA, dos años después en la misma ciudad. Estos ataques marcaron, en su momento y respectivamente, la primera ofensiva islamista en el Hemisferio Occidental y el más grande ataque antisemita fuera de Israel desde la Segunda Guerra Mundial.
El próximo 18 de julio, el pueblo argentino conmemorará el 25º aniversario del atentado a la AMIA. Esta nueva fecha-aniversario estará ensombrecida por las vicisitudes de un año electoral que incluye en la principal fórmula opositora a la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Cabe recordar que cuando presidía la nación, la señora Fernández de Kirchner firmó un Memorando de Entendimiento con el Irán de Mahmud Ahmadineyad con el fin de exculpar a los perpetradores iraníes y normalizar la relación bilateral entre Buenos Aires y Teherán. Durante su gobierno, ella alió a la Argentina con los populismos de izquierda en la región, como la Cuba de los hermanos Castro, la Venezuela de Hugo Chávez, la Bolivia de Evo Morales, el Ecuador de Rafael Correa y el Brasil de Luiz Inácio Lula da Silva. CFK vio que todos estos líderes abrieron las puertas de sus naciones a Irán y lamentó que la causa AMIA fuera un escollo para una más plena comunión política con el régimen ayatolá. En el año 2013 decidió enlistar a la Argentina entre los aliados latinoamericanos de Irán.
Dos años después, el principal fiscal de la causa AMIA, Alberto Nisman, la acusó a ella y a otros funcionarios oficialistas de traicionar a la patria al haber conspirado con oficiales iraníes para encubrir la participación iraní en el atentado de 1994. Unos pocos días más tarde, Nisman apareció muerto por un tiro en la sien en el baño de su casa. Así, de la causa judicial original para investigar el atentado a la AMIA han brotado otras tres: una causa por encubrimiento que recayó contra políticos, jueces, fiscales, policías y hasta líderes de la comunidad judía en tiempos del gobierno del presidente Carlos Menem; otra causa derivada de la denuncia contra Cristina Kirchner y sus asociados por parte del fiscal Nisman; y otra más, relativa al asesinato del fiscal. Ellas aguardan un completo esclarecimiento. Con el cambio de gobierno, la justicia declaró inconstitucional el memorando y las alertas rojas de Interpol siguen vigentes.
Juicio en ausencia
Un cuarto de siglo después de aquella agresión espeluznante, muchos argentinos han perdido la esperanza de poder juzgar a los asesinos, protegidos por Irán y Hezbolá. Otros pujan por la noción del juicio en ausencia, amparándose en precedentes como el de Erich Priebke, quien fue juzgado en ausencia y condenado en Italia, luego extraditado desde la Argentina por su responsabilidad en la masacre de las Fosas Ardeatinas en las que 355 personas fueron asesinadas.
Pueden citarse otros ejemplos, que varían significativamente en contexto histórico, solidez del sistema legal involucrado y mérito del caso, entre otros factores. A efectos meramente ilustrativos, puede recordarse el episodio del rey Carlos I de Inglaterra, quien fue llevado ante una corte en 1649. Retirado del tribunal debido a sus protestas, el juicio prosiguió en su ausencia, y dos días después fue condenado a muerte por decapitación sin estar él en la sala. El secretario privado de Hitler, Martin Bormann, fue condenado en ausencia por crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad, y condenado a muerte por ahorcamiento en los juicios de Núremberg, en 1946. Adem Jashari, líder del Ejército de Liberación de Kosovo, fue condenado en ausencia por un tribunal yugoslavo en 1997 por cargos de terrorismo, después de varios intentos fallidos de captura. El ex primer ministro italiano Bettino Craxi fue condenado en ausencia a 27 años de cárcel en Italia, tras su fuga a Túnez en 1994, donde permanecía protegido por el régimen de Ben Ali. Y el propio presidente Zine El Abidine Ben Ali, luego de escaparse de Túnez en el marco de las revueltas árabes de 2011, fue juzgado en ausencia y condenado a 35 años de cárcel, junto con su esposa.
Al aplicar este concepto jurídico a nuestro país puede alegarse que, en teoría, la idea puede ser buena. Que podría brindar justicia a las víctimas y un cierre emocional a sus familiares, quizá incluso a la nación entera. En la práctica, sin embargo, la Justicia argentina —y puntualmente a la luz de la causa AMIA— ha dado muestras de tal contaminación política que es razonable para los escépticos sospechar que no siempre prevalecerá la pulcritud jurídica en un juicio de tan alto voltaje político global como este. El debate ha resurgido y el aniversario número 25 lo ha potenciado.
Hezbolá: ¿Partido político o grupo terrorista?
También emergió como posibilidad factible que el Estado argentino designe, finalmente, a Hezbolá como grupo terrorista. Claramente es una de las organizaciones terroristas más importantes del mundo, y ha construido exitosamente una red mundial de terror que se ha extendido desde el Medio Oriente hasta Latinoamérica. Su larga lista de acciones incluye atentados suicidas, secuestros de aviones, asesinatos políticos, contrabando de armas y el lanzamiento de cohetes contra civiles. Tiene el cuestionable honor de ser la primera organización terrorista en la historia moderna que ha perpetrado un atentado suicida. Eso fue en 1983, apenas un año después de su nacimiento, cuando atacó la embajada estadounidense en Beirut y las barracas de soldados norteamericanos y franceses apostados en aquel país árabe: casi 300 soldados extranjeros y seis civiles libaneses perdieron la vida en ese atentado. Hasta el 11 de septiembre de 2001, Hezbolá era el grupo responsable de matar más estadounidenses que cualquier otra organización terrorista.
En sus confrontaciones militares con Israel, en 2006, Hezbolá usó al pueblo libanés como escudo humano, y ocultó armas y combatientes en hogares, escuelas, hospitales y mezquitas. A la vez atacó centros poblados del norte de Israel, llegando a disparar alrededor de 4000 cohetes que ocasionaron la muerte a 44 civiles. En 2012, en Bulgaria, atacó a turistas israelíes, matando a seis e hiriendo a más de 30.
También recurrió a los asesinatos políticos. En febrero de 2005, el primer ministro libanés Rafik Hariri fue asesinado junto con otras personas cuando se detonaron mil kilogramos de explosivos cerca de su automóvil en Beirut. El Tribunal Especial para el Líbano (un tribunal internacional asentado en Holanda) consideró a Hezbolá responsable del crimen. Previamente, se atribuyó a esta milicia chií haber asesinado al académico estadounidense Malcolm H. Kerr en 1984, al agregado militar francés en el Líbano, coronel Christian Gouttière, en 1986, y luego al político libanés Pierre Amín Gemayel, en 2006, entre otros.
Además, Hezbolá comanda operaciones criminales prominentes. Sus agentes fueron detenidos en el Caribe, América Central y América del Sur. Recientemente, el clan Barakat, conectado a Hezbolá, fue desarmado en la Triple Frontera acusado de estar involucrado en el negocio de las drogas, tráfico de armas, contrabando de mercancías, falsificación de moneda y documentos, extorsión, lavado de dinero y financiamiento del terrorismo. Investigaciones de Estados Unidos han revelado que Hezbolá es un jugador importante en el tránsito de drogas y dinero desde América del Sur hacia Europa y Oriente Medio a través de África Occidental.
Quienes se oponen a esta designación alegan que Hezbolá es también un movimiento político con representación en el parlamento y el gabinete del gobierno libanés, nada de lo cual puede justificar o tapar toda su otra gama de acciones terroristas y delictivas o incluso militares: sus combatientes están activos en el teatro de guerra en Siria. El segundo en la jerarquía de Hezbolá, jeque Naim Qassem, ridiculizó esa distinción arbitraria en 2012: “No tenemos un ala militar y una política; no tenemos a Hezbolá por un lado y al grupo de la resistencia por el otro”. Es hora de que nuestro país designe a Hezbolá por lo que es, tal como ya han hecho, de manera parcial o completa, la Liga Árabe, la Unión Europea, Canadá, Estados Unidos y otros.
Un cuarto de siglo
En ocasión de este nuevo aniversario, la AMIA produjo un original video que contiene testimonios de jóvenes que nacieron el 18 de julio de 1994, día del atentado. Tras presentar sus impresiones acerca del simbolismo de la fecha, concluye con las palabras de una mujer que declara, mirando a la cámara: “El 18 de julio voy a cumplir 25 años. La impunidad también”. ¿Se puede agregar algo más?
*Escritor, analista político y profesor universitario.
Fuente: perfil.com. Versión NMI.