Eduardo Kohn*
Hace un año, el gran escritor y pensador Santiago Kovadloff escribió un editorial en La Nación titulado “AMIA: 26 años de un silencio atroz”. ¿Por qué vamos a tomarnos el atrevimiento de compartir algunos pensamientos de Kovadloff cuando ya trascurrieron 365 días? Porque, entre otras razones, si se cambia 27 por 26 en cuanto a años del atentado a la AMIA y del silencio atroz, todo lo escrito entonces está vigente. Más aún: con agravantes.
“A 26 años de ese acto criminal que sufrió la República en la más emblemática de sus instituciones judías, la AMIA, el sistema democrático restablecido en 1983 sigue evidenciando una dificultad sustancial para hacer de la Justicia la expresión básica de su fortaleza moral”. Sin duda, la calidad de la democracia no se mide por la cantidad de elecciones. La división de poderes es esencial, y el estricto respeto a dicha separación no puede jamás ser cuestionado o vulnerado.
“Los cómplices locales de Hezbolá, el órgano terrorista que concibió y ejecutó el atentado, siguen en libertad. ¿Qué libertad es esa? La que demuestra la impotencia de nuestra democracia para consolidarse y ser lo que debería ser. ¿Si los asesinos están libres, dónde están sepultadas sus víctimas sino en la subestimación y el peor de los desprecios?”. Después de 27 años, la comunidad internacional sabe que ni los perpetradores del grupo Hezbolá ni sus mentores que hoy gobiernan Irán pagarán precio alguno ni por este ni por todos los crímenes que han cometido y cometen contra su propia gente, y en Siria y en Iraq. Pero que nadie de los muchos que los respaldaron con acciones concretas para volar la AMIA esté siquiera seriamente identificado, hace a la calidad de la vida democrática un agudo y ahogado grito de dolor y rabia.
“¿Qué hicimos y qué haremos cada 18 de julio? ¿Recibir las condolencias de quienes deberían ofrecernos la verdad sobre lo ocurrido? Si la verdad no tiene porvenir entre nosotros, tampoco lo tendrá la democracia”. Huelgan las condolencias. Ya dejaron de tener significado sincero hace tiempo. Cada 18 de julio la democracia se enfrenta a un gran desafío y, por ahora, lo ha perdido 27 veces.
(Foto: Télam)
“¿Y qué diremos de la muerte de Alberto Nisman? ¿En la cabeza de quiénes sino de todos nosotros como nación estalló ese balazo que le arrebató la vida a un fiscal de la Nación empeñado en no traicionar la estatura moral de su investidura? ¿Es que habrá que resignarse a aceptar que ese crimen es el destino invariable de todo aquel que en este país se atreva a llamar delito al delito y traición a la patria a la traición a la patria?”. Nisman fue mucho más que la víctima 86. A Nisman lo mataron varios: el odio, el miedo, la indiferencia, la hipocresía, y una cadena de complicidades, que algún día sus hijas, o quizá sus nietos, pero un día al fin, deberá saberse, con nombres y apellidos.
Finalmente, Kovadloff escribe que “Lo que pasó fue una tragedia nacional. El 18 de julio debe, por eso, ser día de duelo nacional. No solo por los muertos sembrados entonces. También por los vivos que aún no sabemos ser”.
Para llegar a esa clase de duelo, la verdad no puede seguir escondida. Los 85 asesinados tienen rostro y una historia de vida. Los sobrevivientes también. Pero los culpables locales siguen medrando en la oscuridad. Hasta que el duelo no se pueda hacer con justicia, será un deseo.
Como señalamos al principio, hoy estamos un poco peor que hace un año. Para todo lo que Kovadloff señala sobre el atentado y sus contextos, seguimos retrocediendo, especialmente en posibilidades de vislumbrar aunque sea, una ventana pequeña de esperanza en la palabra justicia, y lo que ello implica cuando aún en democracia se consigue a retazos, o peor, no se consigue.
Hace menos de dos meses, Israel fue atacado por miles de cohetes lanzados por el grupo terrorista Hamás; sus ciudadanos vivieron en refugios casi once días, y al finalizar la agresión —un crimen contra la humanidad de Hamás por atacar civiles, y afirmar que es legítimo porque todo judío en el mundo es un objetivo a matar— se reunió el Consejo de Derechos Humanos de la ONU.
El Consejo debería haber condenado a Hamás, no solo por sus acciones, sino porque además las reconoce y sostiene que seguirá atacando civiles. Pero el Consejo no dijo nada de que Hamás fue el agresor ni que lanzó más de 4 mil cohetes, ni que asesinó e hirió a civiles. Tampoco mencionó que los cientos de millones de dólares que le llegan de la comunidad internacional vía Catar, para atender la pandemia y la cruda situación social a que la gente está sometida en Gaza, fueron para construir casi 500 kilómetros de túneles donde se guardan las armas, desde donde se lanzan los cohetes, y donde solo pueden refugiarse los miembros de Hamás.
Al Consejo no le importó soslayar la ola de antisemitismo creada por esbirros de Hamás en Europa y Estados Unidos, que hasta hoy siguen atentando contra las comunidades judías individual y colectivamente. Sí le importó votar, por un mínimo margen, que Israel debe ser investigado. El mensaje: Israel no tiene derecho a defender a sus ciudadanos; el terrorismo es impune y ni siquiera se lo menciona.
¿Cuál es la relación entre este nuevo crimen de Hamás y un nuevo aniversario del atentado a la AMIA? Los votos en lasa Naciones Unidas. Estos son los cinco países latinoamericanos que agredieron con su voto a Israel: la dictadura de Cuba, que esta semana después de 62 años encuentra a su propia gente enfrentándola; la dictadura venezolana; la Bolivia de un ex Ministro de Evo Morales; el México de López Obrador, que como otros colegas notorios suyos, ha despreciado la letalidad del coronavirus; y Argentina.
27 años después del atentado a la AMIA, cometido por un grupo terrorista, no hay explicaciones que justifiquen apoyar, ni por acción ni por omisión, a un grupo como Hamás. En su carta fundacional, del 18 de agosto de 1988, Hamás escribe en el preámbulo: “Israel existirá y continuará existiendo hasta que el Islam lo destruya, de la misma manera que ha destruido a otros en el pasado”. En el artículo 7: “No vendrá el Día del Juicio hasta que los musulmanes combatan a los judíos, hasta que los judíos se escondan tras las montañas y los árboles, los cuales gritarán: ‘¡Oh, musulmán! Un judío se esconde detrás de mí, ¡ven y mátalo!’”. En el artículo 32, los judíos son acusados de controlar los medios de comunicación, la riqueza del mundo, de instigar las revoluciones francesa y rusa, la Primera Guerra Mundial y la Segunda.
Después del atentado de 1994, de la justicia hecha injusticia, del Memorándum con Irán, del asesinato de Nisman, y de lo que mencionamos sobre Hamás, los 27 años de dolor y de impunidad suman golpes letales a la democracia, y son trágicas señales hacia el futuro que se entregan ya hoy a las próximas generaciones.
*Doctor de Relaciones Internacionales, director para Latinoamérica de B’nai B’rith.
Fuente: Radio Jai.