E l gran sacerdote toma dos chivos del pueblo. Uno será ofrendado a Dios sobre el altar y el otro enviado a una montaña llamada Azazel, donde lo tirarán desde la cima de la montaña a su muerte para ser expiación del pueblo.
Para elegir entre los dos chivos el sacerdote realiza un sorteo. Si pudiéramos imaginar que piensa el chivo en el momento en que ve que el destino de su amigo es ser ofrendado sobre el altar, mientras a él lo sacan del templo a un paseo en las montañas, sería diría así: “Que mala suerte tuvo mi amigo. Él en poco tiempo va a morir, lo van a matar y lo van a sacrificar sobre el altar. Que suerte tuve de que no me cayó esta suerte. Yo me salvé, y no solo no me van a matar, sino todavía me sacan de paseo en aire de montañas”.
Si este chivo podría saber hacia dónde lo llevan y qué en realidad harán con él, no estuviese tan contento y tranquilo. Su fin será también de muerte, y peor que el de su amigo, porque su amigo tiene el mérito de ser ofrendado sobre el altar, mientras él será empujado de una cima de montaña para convertirse en pedazos por los golpes que recibirá. En vez de estar tranquilo y quieto, debería este chivo pensar en estrategias para escapar de su destino, entender que su camino va hacia una desgracia.
Esta moraleja nos puede servir como ejemplo en nuestra vida. Podría ser en nuestra vida religiosa, donde decidimos venir más a la sinagoga, ponernos tefilín todos los días o encender las velas de shabat los viernes, etc. También en nuestra vida comercial, en la que decidimos pagar correctamente los impuestos, no engañar a los clientes o tratar bien nuestros trabajadores, etc. Así como en nuestra vida social, en la que decidimos no levantar la voz en casa, no hablar mal de nuestros amigos. Pero cuando miramos alrededor podemos ver, conocer o encontrar personas que se comportan de manera contraria, y les va bien. Están felices, tranquilos, y no basta eso, sino que ellos mismos a veces dicen: “Déjate de tonterías y compórtate como nosotros”.
En esas oportunidades debemos recordar al chivo que sacan a las montañas, pues él también piensa que tiene suerte y que su amigo está mal. Igual ocurre con estas personas: te ven con una mirada compasiva porque, según ellos, eres “pobrecito” por limitarte a tus acciones o a tu libertad. La verdad es todo lo contrario: el que decidió vivir correctamente, según los límites religiosos, comerciales y sociales, es el dichoso, él tendrá la verdadera felicidad. Ciertamente, uno debe sacrificar cosas en su vida, pero igual como el chivo que fue elegido para ser ofrendado a Dios, tiene una buena meta, una sagrada meta.
Los que piensan que quienes se desvían del camino correcto disfrutan más de la vida, está equivocado. Su imaginación lo engaña, porque al final las personas, y por supuesto Dios, valoran a quienes se comportan según las normas correctas, y uno mismo se siente completo y satisfecho cuando sabe que hacemos lo correcto.
Lo haremos así. ¡Vale la pena!