Dice rabí Shelomó HaCohén Rabinowicz, ZT”L, que “Es curioso que estos tres versículos (uno detrás del otro) terminen exactamente con las mismas palabras: Yo soy el Eterno, tu Dios. ¿No hubiera sido más práctico traer los versículos y después concluir con esa última frase? En realidad, la Torá se dirige a tres diferentes tipos de personas de la nación hebrea: los justos, los de mediano nivel espiritual y los malvados. Es así como el Todopoderoso ubica a cada uno de ellos de acuerdo a su cercanía con el cumplimiento de la Torá.
En primer lugar, a los justos les instruye que deberán ser santificados, absteniéndose incluso de aquello que está permitido por la ley, finalizando con la firma: Yo soy el Eterno, tu Dios.
Después habla con los de mediano nivel espiritual, instruyéndolos sobre preceptos básicos del Judaísmo, sobre los cuales deberán estar pendientes y cuidar con celo; y termina con: Yo soy el Eterno, tu Dios.
En tercer lugar, se dirige a quienes se han apartado del camino de la Torá y no cuidan ningún precepto. A ellos Dios les dice: Nunca olviden que son hijos de Israel. De esta manera los motiva y fortalece diciéndoles que nunca los rechazará. Y proclama: Yo soy el Eterno, tu Dios”.
Continúa rabí Shelomó: “Nuestro trabajo es santificar su gran nombre sin importar en qué condición espiritual nos encontremos. Podría llegar a ser difícil, habrá quienes intenten inducirnos a salir de nuestro patrón espiritual, o se rían de nosotros, haciéndonos bajar la guardia. Pero, sin importar lo que venga, siempre debemos conducirnos de forma que nuestro Padre esté orgulloso de nosotros”.
Hasta aquí sus palabras.
Sin lugar a dudas, esta es la fórmula para siempre mantener la brasa del Judaísmo ardiendo, y poder así asegurar que nuestros hijos y nietos sean llamados orgullosamente hijos de Israel.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda