N o hay nada mejor que recordarnos a mitad del año del día más sagrado de nuestro calendario: Yom Kipur. De él trata una de nuestras parashot, Ajaré Mot. Como se sabe, se recuerdan las labores que debía hacer el cohén gadol en el día de Kipur. Desde su preparación, hasta los más mínimos detalles relativos a los sacrificios y ofrendas que debía presentar en ese día. El peso total del servicio del Mikdash caía sobre sus hombros.
El clímax de ese día sagrado se alcanzaba cuando ingresaba al Kodesh HaKodashim (el lugar más sagrado) para ofrendar el incienso y realizar las múltiples salpicaduras de sangre de los sacrificios de expiación.
Nuestra parashá señala que de esta manera se purificaba el templo, sitio de residencia de la Presencia Divina, pero debía cumplirse una condición más: que nadie permaneciera en el edificio sagrado, el Kodesh (el santuario y el santo de los santos).
“Y expiará al santuario de la impurificación de los hijos de Israel y de sus culpas y de todos sus pecados, y así hará al Ohel Moëd, el que reposa dentro de sus impurezas. Y ningún hombre permanecerá en el Ohel Moëd, cuando venga (el cohén) a expiar al santuario, hasta que salga; y hará la expiación por él, y por su casta y por toda la congregación de Israel” (16, 16-17).
Rabí Shimshon Hirsch, ZT”L, explica lo siguiente: “En el momento que hacía los servicios en el lugar más sagrado, nadie podía permanecer en su anexo, es decir, en el resto del edificio. Asimismo, cuando eran hechas las labores en el santuario no podía haber ni una sola persona entre el altar externo (de los sacrificios de animales) y la entrada del santuario. ¿Por qué? La idea central del Kodesh HaKodashim se materializaba en el santuario, próximo a él. Y el ideal del santuario se concretaba en el lugar del patio, cercano a él; teniendo cada uno de ellos —y las funciones que ahí se realizaban— como principal objetivo influir en los lugares adyacentes. Por este motivo era necesario dejar esos lugares libres, ya que las labores internas englobaban también a los lugares externos.
Aquí se revela una gran verdad con intención de informar al público en general: no tienen valor alguno los niveles que puedan ser adquiridos en el Mikdash, sino fructifican a la persona también cuando regresa a su vida cotidiana. Como está escrito: “Plantados en la casa del Eterno, en los patios de nuestro Dios florecerán”.
El corazón del pueblo judío ha sido, y seguirá siendo, el Bet HaMikdash. A pesar de que en la actualidad no lo tenemos de manera física, de igual manera el hecho de anhelarlo, de volver a las labores que se realizaban en él y de contemplar su esplendor, han mantenido nuestro espíritu en alto, inyectándonos la fuerza necesaria para soportar este exilio milenario.
Los lugares que han conseguido suplir de forma parcial la falta de nuestro gran templo son las sinagogas y las casas de estudio. En ellas nos conectamos de nuevo con el Todopoderoso a través del rezo y del estudio, y probamos un poquito del sabor del Mikdash cada vez que nos reunimos en él.
Rabí Shimshon Hirsch revela que el ideal de nuestras casas de congregación y de las distintas actividades espirituales no cumplirá su sagrado objetivo si no trasciende e influye en nuestras actividades cotidianas, en nuestra búsqueda de sustento, en nuestras relaciones familiares y sociales e, inclusive, en nuestro esparcimiento.
Así como la función del corazón no es solamente palpitar a un determinado ritmo, sino irrigar sangre hasta el último rincón del cuerpo, de la misma manera nuestras sinagogas tienen la elevada función de irradiar fuerza espiritual hasta el lugar más recóndito de nuestras ocupaciones mundanas. ¡Llevemos la tefilá y la Torá a la calle!
Esta es la manera en la que el pueblo judío ha visto bendiciones y éxitos en sus comunidades, y ha podido mantener con vida espiritual activa a todos y a cada uno de sus miembros. Esta es la propuesta: crear un efecto espiritual en cadena que podamos sentirlo, o por lo menos percibirlo, en cualquier ámbito y bajo cualquier condición.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda