Israel cumple 75 años de fundada. Un hito histórico de importancia en el devenir de un pueblo muy especial. Luego de casi dos mil años de exilio, se logra la independencia nacional sobre territorio patrio, y se recupera uno de los factores indispensables de identidad y pertenencia.
Los milagros que están a la vista resultan difíciles de ver para algunos. Muchos, a decir verdad. El retorno a Sión, el éxito del movimiento nacional de liberación del pueblo judío, no tiene paralelo en la historia propia ni en la de terceros. El Estado de Israel es la combinación de un éxito político, diplomático, militar y de gestión como país. Fue necesario sobrellevar las diferencias entre las distintas corrientes del sionismo político y hasta de los no-sionistas, desplegar un enorme esfuerzo diplomático que asegurase el reconocimiento de las naciones, ser victorioso en las guerras a las que lo obligaron y hacer que el país, con sus inmigrantes y diferencias, el agrio debate interno, la escasez de fondos y medios económicos fuera viable. Más que viable, ejemplar.
Hay quienes atribuyen el éxito al esfuerzo y sacrificio propio. Y desde luego que ha habido mucho esfuerzo y sacrificio. También sangre, sudor y lágrimas. Y hay quienes se desligan del sueño y realidad sionista, cobijados en algunas opiniones que cuestionan la legitimidad de tomar en manos propias el destino nacional. Estos extremos, enfrentados en lo ideológico, comparten una posición que les asigna un factor común. No ven en la fundación, existencia y supervivencia del Estado de Israel ningún milagro. Curiosamente, comparten un criterio desde posiciones antagónicas.
Llama mucho la atención lo antes expuesto. Terceras partes ajenas a los judíos y a Israel alaban los éxitos alcanzados y se hacen eco de la intervención de la mano de la divinidad, que resulta hasta necesaria para explicar lo ocurrido. Pero dentro de Israel, y también dentro del pueblo judío en un espectro más amplio, un agrio debate en todos los aspectos del quehacer nacional nos hace olvidar y dejar de ver lo positivo de lo alcanzado, como si fuera que todo ha sido logrado con cierta naturalidad y hasta algo de facilidad. En particular los últimos años y semanas han sido de enfrentamientos y debates muy duros, poco edificantes.
Uno de los defectos del pueblo de Israel a lo largo de su historia ha sido no reconocer ni agradecer lo bueno y positivo que tiene en determinadas circunstancias. Un episodio histórico es muy revelador de esto. En el reinado de Jizkiyahu, que vivió entre los años 715 y 687 antes de la era común, el rey de Asiria, Senaquerib, había cercado Jerusalén con un poderoso ejército y miles de soldados. La derrota del reino de Judá era inminente, y el rey de Asiria envió un mensajero que le comunicó al rey de Judá la petición de rendición. Jizkiyahu, contra toda lógica, siguió el consejo del profeta Isaías y no se rindió. Esa noche, que algunos dicen era la del Séder de Pésaj, los habitantes de la Jerusalén rodeada y los israelitas de entonces se fueron a dormir con la certeza de la derrota y la muerte para el día siguiente. El poderoso y numeroso ejército de Asiria, que acampaba esa noche, no amaneció. Una terrible plaga los mató a todos y el reino de Judá se salvó.
Un evento de esta naturaleza, una salvación milagrosa y evidente, documentada en la historia judía y en la historia universal, merecía para algunos que Jizkiyahu fuera proclamado el mesías y sus tiempos los de la era mesiánica. No fue así, y la razón de ello se atribuye a que el rey Jizkiyahu, aun sin ninguna mala intención, no agradeció lo ocurrido, no se compuso una Shirá, un cántico de agradecimiento ante lo ocurrido. Sin anacronismos al respecto, vale la pena reflexionar qué consecuencias trae el no ser agradecidos. Unas veces por omisión, otras por falta de precepción de la realidad que se vive.
El pueblo judío se halla en un momento estelar de su historia: la mayoría de los judíos vive en un país soberano. El orgullo nacional ha sido restituido. Un Estado judío potente y vibrante. La reunión de las diásporas
El Israel de nuestros días tiene muchos problemas, retos que enfrentar y resolver. Se necesita una paz con los vecinos, y una paz interna que dé el sosiego necesario a todos. Es una sociedad dinámica y que exige de sus ciudadanos mucho sacrificio. Se requiere más respeto entre todos, y recobrar el espíritu de unidad y solidaridad que parece algo ausente a veces.
El sacrificio de los soldados y los habitantes ha sido y es muy duro, se ha pagado un alto precio por todo lo conseguido. Pero es también cierto y evidente que el pueblo judío se halla en un momento estelar de su historia: la mayoría de los judíos vive en un país soberano. El orgullo nacional ha sido restituido. Un Estado judío potente y vibrante. La reunión de las diásporas.
Entre discusiones y debates, enfrentamientos y malentendidos, posiciones encontradas entre quienes yerran y quienes tienen razón… es también evidente que tenemos lo que agradecer y celebrar. Mucho, por cierto.