Elías Farache S.
“Hay que encontrar una causa que sea más grande que uno mismo, y después dar la vida por ella”
Shimon Peres
E l pasado 30 de septiembre fueron los funerales de Shimon Peres, figura central de la historia y política de Israel desde su fundación y hasta los últimos días de su muy prolífica vida pública.
Peres es conocido por sus esfuerzos en la concepción e implementación de los Acuerdos de Oslo; acuerdos que en la década de los 90 parecían ser la fundación de un Nuevo Medio Oriente, donde palestinos y árabes en general reconocerían al Estado de Israel, y más que eso, el derecho de los judíos a un Estado propio. Ello habría implicado la creación de un Estado palestino independiente, todo bajo la premisa de seguridad para todas las poblaciones implicadas.
Pero Shimon Peres tiene una historia mucho más amplia y variada. Desde muy joven se encargó de construir el aparato de defensa israelí. Siendo uno de los favoritos de David Ben Gurión, el más famoso de los fundadores del Estado de Israel, le colocó en posiciones importantes dentro del estamento de defensa; son famosas sus iniciativas, exitosas, para conseguir el arsenal que permitió consolidar cierta supremacía israelí sobre vecinos mejor armados y muchísimo más numerosos. También, el desarrollo nuclear de Israel se debe a una actitud visionaria de Peres. Quizá antes, y más que otros líderes, entendió que solo un Israel fuerte y tecnológicamente avanzado, con cierta independencia de las potencias y sus favores, podría sobrevivir en un mundo hostil y, además, con cambios en todas y cada una de las relaciones que llevaron con Israel.
Hubo quienes desestimaron la posibilidad que Israel, un joven Estado rodeado de enemigos, fuera capaz de defenderse por sí mismo. Algunas veces, los líderes de turno de las potencias se negaban siquiera a negociar contratos de armamento y tecnología que de alguna forma otorgaran poderío a Israel. El argumento de rigor era que los judíos del Estado hebreo, ante un ataque que pudiera conducir a su desaparición, contarían con el favor de las potencias. Aquellas mismas potencias que solo unos años antes se hicieron de la vista gorda durante la Segunda Guerra Mundial mientras ocurría el Holocausto, la Shoá.
Peres, junto con otros grandes de la historia de Israel como Ben Gurión y Beguin, fueron de la opinión de que Israel debería su viabilidad y supervivencia a su capacidad de defenderse por sí mismo llegadas las circunstancias. Circunstancias que llegaron en repetidas oportunidades durante su corta historia: 1948, 1956, 1967, 1973... y hasta nuestros días.
El Israel de antes de 1967 era muy vulnerable. Su causa despertaba simpatías entre muchos. Era el débil de la película, cuya existencia estaba amenazada ante vociferantes enemigos como el carismático Nasser de Egipto. Se alababan sus logros, se compartían sus penas, aunque ello no se traducía en una ayuda cierta. Más bien, de forma hasta clandestina, Israel iba construyendo su aparato de defensa: adquisiciones, fundación de empresas de tecnología, inversión en investigación y desarrollo. Peres estuvo detrás y al frente de muchos de estos procesos, haciéndose en el camino de variados amigos en el mundo de la diplomacia internacional.
Cuando Israel se convirtió en un país fuerte cuya existencia no estaba ya amenazada por algún conflicto convencional, y cuando el conflicto palestino-israelí se convirtió en el más importante y comentado del más amplio conflicto árabe-israelí, las simpatías hacia Israel disminuyeron. Con esta disminución de simpatías afloraron algunos prejuicios que en verdad solo tienen de genuina la posición de no reconocer el derecho de los judíos a un Estado, el no reconocimiento de Israel. Aun en este ambiente contrario y perverso, Peres logró mantener una posición de respeto y admiración, a veces a costa de su propia popularidad en casa.
Los funerales de Shimon Peres constituyen su última acción grandilocuente, momentos antes de ser sepultado. A Jerusalén, y no a otra ciudad de Israel, al Monte Herzl, acudieron los más representativos líderes del mundo actual. Presidentes, reyes, cancilleres, primeros y no primeros ministros, ex presidentes. Todos ellos dando un último adiós a quien pidió siempre una bienvenida para su país en el mundo de las naciones. Unos días antes, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, había tenido una impecable intervención en la Asamblea General de la ONU, y había concedido sendas entrevistas privadas a los candidatos presidenciales de Estados Unidos de América. La rivalidad política entre Netanyahu y Peres, histórica y de fundamentos ideológicos, se funde así en lo que fue, y es, un objetivo común de los pioneros del Estado y sus sucesores: la inserción de Israel en el concierto de las naciones, y el reconocimiento irrestricto de su derecho a la existencia, en un marco de profundo respeto y admiración.
No parece que la posición ni la imagen de Israel cambien drásticamente en los próximos días. No hay muchas esperanzas en relanzar el proceso de paz con los palestinos, hoy divididos en dos entes separados no solo geográficamente, sino en cuanto a sus posiciones contra Israel. No se ve claro el panorama con Irán. Pero sí resulta claro, viendo y oyendo a los asistentes al funeral en Jerusalén, que muchos de ellos, quizá todos, en lo más profundo de su ser, saben quién y quiénes tienen la razón. Quiénes detentan las banderas de la civilización y quiénes las de la barbarie. Quiénes quieren paz y quiénes quieren guerra.
En su último acto protocolar, Shimon Peres logró que se dejara testimonio de ello. Con hechos y palabras sentidas.
Este artículo apareció originalmente en El Universal (Caracas)