Pablo Sklarevich
U n balance a vuelo de pájaro sobre la política del presidente norteamericano, Barack Obama, para el Oriente Medio, ahora que está a punto de abandonar la Casa Blanca, indicaría que ha mantenido a lo largo de su mandato una política coherente y consistente. Esto es: pelearse con todos sus aliados.
Al principio, tuvo una luna de miel con el presidente islamista turco Recep Tayyip Erdogan. Ansioso por forjar la insólita y poco santa alianza entre los “progresistas” y el Islam político, Obama veía en Erdogan su modelo de líder para la región. Pero pronto lo decepcionaron sus giros autoritarios. A su vez, el líder turco reprocha que Washington no le ayudó con las milicias kurdas en el norte de Siria ni a derrocar al régimen del presidente sirio Bashar al-Assad cuando arrojó gases venenosos contra su propio pueblo. También los rebeldes sirios desprecian a Obama, porque no fue capaz de facilitarles misiles antiaéreos avanzados para neutralizar a los feroces bombardeos de la aviación del régimen, y especialmente de los rusos.
Arabia Saudita considera que la administración Obama fortaleció las ambiciones de su rival regional, Irán, con el acuerdo nuclear, al levantar las sanciones a Teherán y ponerlo a un paso de la bomba atómica en un futuro próximo.
En Libia, la asistencia norteamericana fue clave para derribar al coronel Muamar Gadafi —que había jurado fidelidad a Occidente y renunciado a las armas nucleares—, y sumergir al país en el caos.
Obama es probablemente persona non grata en El Cairo. El presidente Abdel Fatah al-Sisi no lo puede ni ver. Lo apuntan, con gran dosis de razón, como el responsable de la precipitada caída de Hosni Mubarak y el ascenso al poder de los Hermanos Musulmanes. Washington trató de impedir el golpe militar que sobrevino tras una gigantesca ola de movilizaciones contra el gobierno de los islamistas, que había puesto a Egipto al borde del abismo. Eventualmente, la Casa Blanca se vio obligada a aceptar al régimen que surgió del golpe militar, como hecho consumado tras la presión del Congreso y de Israel.
Pero la relación del mandatario saliente con el Estado judío merece un capítulo aparte. Paradójicamente, el fortalecimiento del poder militar israelí ha sido una parte de la coartada para procurar la reconciliación de EEUU con Irán y golpear los asentamientos. Con la aprobación de la resolución 2334 en el Consejo de Seguridad, Obama habría trasformado aparentemente un conflicto político en un asunto jurídico; y es en este último ámbito donde los palestinos tienen fe de que podrán humillar a Israel.
Fuente: Aurora. Versión NMI.