La propuesta de reforma judicial ha encendido las protestas en Israel. Como nunca, la calle ha estallado, los medios de comunicación se han hecho eco de las opiniones y el país se ha sumido en un peligroso clima de anarquía.
El Estado de Israel es el producto de la victoria del sionismo político por sobre cualquier otra concepción nacional del pueblo judío. Hace más de cien años, algunos fueron de la idea de recuperar la patria ancestral vía medios políticos, diplomáticos y militares. Tres tendencias del sionismo político se pueden identificar a grandes rasgos, cada una con sus variantes internas. Entre judíos nada resulta homogéneo. Estas tres corrientes podemos identificarlas, sin apego a la rigurosidad histórica, como la socialista, la liberal y la religiosa.
Personas, movimientos, partidos, periódicos y otros, afectos a alguna de estas corrientes, lucharon para lograr la independencia de Israel. Antes de ello poblaron el territorio, sentaron las bases del futuro país que nació con universidades, bancos y central obrera entre otras importantes instituciones que facilitaron un pre-Estado, promovieron la inmigración de judíos, y lucharon contra los ingleses su Libro Blanco en el Mandato de Palestina, sin dejar de combatir a los nazis.
El sionismo político triunfó. En 1948 se declaró la independencia del Estado de Israel, luego de que en 1947 las Naciones Unidas hubieran decretado la partición de Palestina. La tarea diplomática y militar rindió los frutos deseados. Las elecciones en Israel, y la dinámica de los primeros años, dieron a los representantes del sionismo secular genuino de izquierda el gobierno del país hasta bien entrados los años 70.
La historia la escriben los ganadores, y la epopeya independentista de Israel se atribuyó mayoritariamente a los socialistas, al bando de Ben Gurión. Y es cierto que fue Ben Gurión el fundador del Estado, y su grupo y su propia dirigencia la que supo aprovechar las oportunidades y tomar las decisiones correctas en los momentos adecuados, con los riesgos de rigor. Pero es también cierto que participaron en la gesta otros sectores, y todos con el interés común de una patria para los judíos, un Estado judío.
El cambio demográfico de Israel ha derivado en cambios políticos. En la imagen, judíos de origen yemenita en Jerusalén
(Foto: jewishrefugees.blogspot.ca)
El Israel de las primeras décadas fue un Israel muy secular, de predominio socialista y de izquierda. Las instituciones fundamentales del Estado estaban en manos de este sector, que no se puede negar que lo hizo muy bien y logró la consolidación de la independencia. Pero en la década de los 70, la llamada derecha liberal se hace del poder por primera vez de la mano de Menajem Beguin, y se evidencia el cambio de Israel en consonancia con lo que ocurriría en todo el mundo judío.
Israel recibió una fuerte inmigración de judíos de origen oriental, con una formación y conducta religiosa arraigada. El mundo judío, luego del trauma de a Shoá, tomó en muchas latitudes, no solo en Israel, la senda de la Teshuvá, el retorno a la observancia y la religiosidad. En Israel se vio una división entre el Israel de primera y el Israel de segunda. Los primeros, seculares cultos con inclinaciones liberales. Los segundos, judíos de origen no necesariamente europeo, más observantes y eventualmente menos liberales.
La demografía en Israel favorece a la población religiosa militante. El llamado Israel de segunda parece imponerse, y esto asusta al Israel de primera, porque se percibe como un atentado al liberalismo de un Estado judío, democrático y secular.
La izquierda secular fundadora empieza a perder mandatos. El bipartidismo, o la división en dos bloques básicos, desaparece. El Laborismo y Méretz se convierten en minorías, y los partidos religiosos, de distintas denominaciones, se multiplican y consiguen votos. En las elecciones de los últimos años no existen bloques dominantes, las negociaciones para formar coalición se convierten en traumáticos procesos. No parece que más nunca la izquierda vaya a conformar un bloque sólido mayoritario, que no necesite negociar con árabes o disidentes de otras ideologías para formar coalición.
Los poderes del Estado, las instituciones fundamentales, parecen haber ido cayendo en manos de la derecha, centro-derecha y los religiosos. El Poder Judicial es el último bastión aparente de las instituciones fundacionales del Estado. La reforma judicial, al atentar en contra del mecanismo de elección de los magistrados, ¿pudiera significar la derrota del secularismo en Israel?
La Corte Suprema tiene un enorme poder, que le permite incluso impedir la implementación de medidas que dicte el Ejecutivo. ¿Es esto necesario en defensa del derecho de minorías y desvalidos, o es una intromisión en áreas que no son de su incumbencia, una manifestación de autoridad superior?
La reforma planteada tiene detractores y defensores, y todos tienen su punto. Una reforma en estos momentos, ¿pudiera obedecer a la necesidad del primer ministro de no ser condenado por las causas que tiene abiertas? ¿Teme la oposición actual y la dirigencia de la llamada izquierda secular que personas a su juicio menos preparadas se hagan cargo del aparato de justicia? ¿No estamos tan solo ante un episodio más del enfrentamiento entre distintas concepciones de lo que ha de ser el Estado judío, más allá de la simpatía o antipatía que despierte el primer ministro?
La reforma judicial fue una iniciativa apoyada por muchos y variados personajes de la vida política de Israel. La necesidad de agilizar los procesos en las cortes, y la necesidad de un mecanismo de elección de magistrados que no sea potestad de ellos mismos, es algo en lo cual existe amplio consenso. El temor de un desbalance en los poderes públicos, de un Poder Judicial no independiente, resulta legítimo. La necesidad de acuerdos negociados es evidente. Pero parece que el enfrentamiento es también por algo además de la reforma.
Además de la reforma están las diferencias en cuanto a la concepción del Estado, y la convivencia con una realidad demográfica y social distinta a la de hace unos años. Más sectores son partícipes de una vida política en un Estado judío y democrático, se rompen ciertas estructuras, se teme al cambio que también se necesita. Se despiertan fantasmas que nunca estuvieron tan profundamente dormidos.
Son varias situaciones… además de la reforma.