La llegada de Hitler al poder en Alemania, en enero de 1933, traería como consecuencia un tsunami apocalíptico, que llevó a la humanidad a una conflagración universal, que si no hubiera sido por sendos errores de cálculo en la estrategia de la guerra por parte de ese demencial personaje y la entrada de Estados Unidos después del ataque de Japón a Pearl Harbor, quién sabe dónde estaríamos ahora, si un régimen tan atroz se hubiera consolidado como amo del mundo.
Desde 1933 a 1945 sucedieron demasiados acontecimientos, pero me referiré específicamente a dos que cumplen 80 años, en los que la valentía, el coraje y la solidaridad se abrieron paso entre el espeso humo que desprendían los cadáveres calcinados en los hornos de la ignominia.
Ambos acontecimientos se desarrollaron en abril de 1943, uno por un puñado de aguerridos jóvenes judíos, y el otro por una sociedad no judía que tuvo el ímpetu, la conciencia y el arrojo que evitó que toda su población judía fuera llevada a la muerte en el campo de exterminio de Treblinka.
En el primer escenario resaltamos el mérito de ese puñado de 750 judíos que el 19 de abril de 1943, liderados por Mordejai Anielewicz, se enfrentaron a las terribles tropas de asalto de las SS comandadas por el general Juergen Stroop, que se vieron sorprendidas por tan aguerridos defensores del gueto, en lo que se denominó el levantamiento del Gueto de Varsovia, que trató de impedir las deportaciones que se habían venido practicando con normalidad, trasladando a los judíos a la muerte en diferentes campos de exterminio.
Desplegando gran valor, los combatientes resistieron por casi un mes al poderoso y fuertemente armado ejército alemán, pero lamentablemente el 16 de mayo cayó el Gueto de Varsovia, capturando el ejército alemán a poco mas de 56.000 judíos que sobrevivieron la refriega. Parte de este grupo fue llevado a Treblinka, y otros fueron trasladados a otro campo de exterminio denominado Majdanek. La gran Sinagoga fue también, junto al gueto, destruida en su totalidad.
Monumento de Mordejai Anielewicz, en el kibutz que lleva el nombre de Yad Mordejai en su honor
(Foto: https://dannythedigger.com)
Una de las narrativas de ese oscuro período de la humanidad es que los judíos fueron llevados como ovejas al matadero, pero lo cierto es que pese a las circunstancias que vivieron los judíos de Europa , que fueron sacados de sus casas, comercios o lugares de trabajo por tropas fuertemente armadas, se repitieron muchas situaciones de resistencia no solo de jóvenes, también de mujeres como Haika Grosman en Bialystok, o Ella Gartner, Regina Zafir, Estera Wasjblum y Roza Robota en Auschwitz, y tantas otras que me ocuparía solo con escribir sus nombres todo el artículo completo, por lo que decenas sino cientos de actividades clandestinas o públicas de resistencia tanto en las ciudades, bosques o campos de concentración eran el pan nuestro de cada día y un dolor de cabeza para la potencia militar más grande de Europa.
Por otro lado, en el segundo escenario nos trasladamos a Bulgaria, país aliado de Hitler, donde en 1941 el Parlamento aprobó la ley antijudía denominada “Ley de defensa de la nación” con el visto bueno del rey Boris III, acompañada de otros cuerpos legales restrictivos de los más elementales derechos humanos a los judíos de dicho país.
La convención de Wannsee del 20 de enero de 1942 en Berlín fue el punto de partida oficial de la llamada “solución final al problema judío”, y Bulgaria, siendo aliada de Hitler, se dispuso a cumplir las instrucciones de trasladar a todos sus judíos a campos de exterminio, fundamentalmente a Treblinka, con un primer lote de 20.000 judíos que se encontraban en los territorios recién incorporados al país en Macedonia y la Tracia del Mar Egeo, donde solamente vivían 11.500.
Lamentablemente, casi todo ese grupo de 11.500 personas fue trasladado a Treblinka muriendo en dicho campo, pero hay que resaltar que ya desde 1941, con la promulgación del cuerpo de leyes ya mencionados, se alzaron en forma enérgica las voces de los intelectuales y la Iglesia Ortodoxa, y una vez enterados del plan de deportación (que era secreto pero se filtró a renombradas personalidades), un grupo de 43 diputados firmó una petición al ministro de Interior, quien por las presiones que venían de todos lados, aunado a la sociedad civil, se vio obligado a revocar el permiso de deportación, salvándose alrededor de 48.000 judíos que vivían en ese país.
Así que varios factores se unieron con firmeza para salvar la vida de miles de personas que eran sus vecinos, sus amigos, y pudieron, en alianza con sectores religiosos, políticos, intelectuales y la sociedad civil, hacer lo que parecía imposible: contravenir una orden alemana que para este momento todavía mantenía una posición favorable en la guerra.
Estos dos ejemplos, uno por parte de un valiente grupo de jóvenes judíos y otro de la diversidad no judía de Bulgaria, se hicieron merecedores a ser recordados por siempre; porque si algo hemos concienciado como pueblo, es que la memoria histórica es vital para nuestra subsistencia, siendo que de ese hilo conductor histórico extraemos los conocimientos y la fuerza para seguir adelante, por los que ofrendaron sus vidas en honor a las futuras generaciones, para que la llama de nuestro legado nunca se extinga. En nuestras manos está ese sagrado testigo, que estamos obligados a pasar de generación en generación.