El próximo viernes se conmemora un año más del fatídico atentado terrorista contra la embajada de Israel en Buenos Aires, que dejó un saldo de 22 personas fallecidas y 242 heridos.
El coche-bomba, una Ford F-100 conducida por un atacante suicida, no solo destrozó el edificio que albergaba la embajada y el consulado israelí, sino que causó grandes daños a una escuela y una iglesia aledaña.
El terror se fija un objetivo, pero en su ejecución acaba con los sueños de muchas personas, inclusive niños o mujeres embarazadas, que por el azar del destino se encontraban en el lugar, día y hora elegidos por los asesinos.
La justicia argentina al día de hoy no ha acusado formalmente a alguna persona o movimiento, solo la conjetura de teorías, incluso ha cambiado en varias oportunidades hasta del elemento que causó la explosión, aun cuando ya el Informe del Mossad del pasado año indica que el grupo operativo pertenece a Hezbolá o una de sus facciones armadas, financiadas y entrenadas por Irán.
Se han hecho muchas hipótesis de por qué se eligió a Argentina como target, saliendo a relucir la figura de Carlos Saúl Menem, presidente de Argentina entre 1989 y 1999, de origen sirio, quien ya siendo candidato a la presidencia por el Partido Justicialista había hecho alianza y propuestas a países del Medio Oriente, específicamente a Siria, adonde viajó con una comitiva y se reunió con Hafez al-Assad, donde se comenta que le ofreció asesorar a Siria para desarrollar una central nuclear,cuestión que ya como presidente nunca cumplió.
Un hombre camina por los escombros de la embajada de Israel en Buenos Aires, tras su destrucción en el atentado terrorista del 17 de marzo de 1992
(Foto: Wikimedia Commons)
En ese viaje Menem visito la ciudad de sus padres, Yabroud, aun cuando no hablaba árabe y de su comitiva prácticamente nadie, incluido Menem, tenía mucha idea de las costumbres, historia o tradiciones de sus pueblos.
Ya como presidente, en 1991 Menem envió dos buques de guerra para apoyar la coalición liderada por EEUU por la invasión de Iraq a Kuwait, y en fin toda esa serie de actuaciones cercanas a Occidente, alejadas de sus proclamas como candidato presidencial y que pudieron haber tenido algún impacto en los hechos de terror futuro, no solo con la voladura de la embajada de Israel sino también con el peor atentado terrorista en suelo sudamericano, como fue la destrucción de la mutual israelita AMIA en 1994.
Aun cuando la pista siria ha quedado desechada por las pesquisas e investigaciones, no está de más reseñar estos hechos históricos, que forman parte de nuestra cultura política: el desconocimiento, la improvisación, el ofrecimiento de proyectos, dádivas o quién sabe cuántas locuras más, con el propósito de llegar al poder.
El hecho cierto es que las rivalidades milenarias entre judíos y árabes siguen hasta el día de hoy, aplacadas en parte por los diferentes acuerdos de paz y/o acercamientos entre Israel y diferentes países tanto árabes como musulmanes. Pero por otro lado, el mundo musulmán más radical, liderado por Irán y sus satélites en Gaza, Líbano, Yemen o Iraq entre otros, son un punto de inflexión que impide en alguna medida el avance de la paz y los acuerdos de convivencia, aun cuando a decir verdad, me sorprendió el recién anuncio de restablecimientode las relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudita bajo la coordinación de China.
Pienso que cualquier acuerdo en la línea de la coexistencia y convivencia fraterna es positivo, siempre y cuando no tenga como finalidad una fuerza superior capaz de destruir al otro, bien sean personas, comunidades o Estados.
En definitiva, el atentado terrorista contra la embajada de Israel y la impunidad que rodeó el caso fue un aliciente para realizar otro de mayor envergadura y dolor, solo dos años más tarde, dejando 85 muertos y más de 300 heridos, sangre humana; la sangre no tiene religión, color, raza o ideología, es siempre roja, y cuando corre de esta forma siempre es dolorosa.
Las huellas dejadas por estos dos hechos barbáricos siguen retumbando en nuestros corazones, ante la sociedad que ve con espanto que inclusive el fiscal Alberto Nisman, de bendita memoria, a cargo de la investigación de la AMIA, fue asesinado un día antes de presentar su informe al Congreso. Es realmente inconcebible lo que ha sucedido, y que deja la puerta abierta para, quién sabe cuándo y dónde, la sangre inocente vuelva a inundar las calles de nuestra América.