La forma en la que se ejecutó el atentado a la AMIA mostró cómo actúa la organización terrorista que, a diferencia de otras, tiene un Estado que la financia y otro que la alberga
Graciela E. de Pilnik*
Cuando se conmemoran las fechas de los atentados a la embajada de Israel o a la AMIA en la República Argentina, no se puede dejar de lado que hay aspectos que ameritan ser considerados en ambos casos. Esto es, quién estableció el objetivo, diseñó la estrategia, tomó la decisión de llevarlo a cabo, lo financió y seleccionó al candidato que debía realizarlo.
Es allí donde emerge el nombre de Hezbolá que, como organización terrorista, es la tercera marca global en tamaño y expansión, que compite con al-Qaeda y el Estado Islámico. Sin embargo, tiene una ventaja respecto de estas dos: un Estado soberano que lo patrocina, financia y capacita, como es el caso de Irán. Pero también otra unidad soberana que lo alberga: el Estado libanés.
Lo cierto es que Hezbolá cuenta para ello con una estructura logística y operativa: ESO (External Security Organization) que tiene como función diseñar y generar atentados en el exterior, como el de la AMIA. O el Consejo de la Yijad para operar en forma coordinada con Irán. También las unidades especiales como Radwan y al-Kayim, con vistas a infiltrarse en Israel, a quien desean hacer desaparecer.
La sede de la AMIA, momentos después de su destrucción
(Foto: Wikimedia Commons)
Estas tres organizaciones —al-Qaeda, el Estado Islámico (también sus subsidiarias en el mundo) y Hezbolá— utilizan, entre otras, la modalidad del “terrorismo suicida”. Lo hacen con distinta intensidad y frecuencia, según lo ameriten las circunstancias, y a veces como método excluyente por la posibilidad que brinda el atacar por sorpresa, arriesgar solo una baja y generar múltiples muertes en el blanco que se eligió.
Así ocurrió en el caso de los atentados contra la embajada de Israel y contra la AMIA, en Buenos Aires. Este último fue decidido meses antes, el 14 de agosto de 1993, en una reunión en la ciudad de Mashhad (Irán), entre la cúpula de ese país y máximos funcionarios de Hezbolá.
Allí quedarían planteadas las grandes líneas de acción, la financiación y la división de roles, correspondiéndole a Hezbolá implementar la logística, poner en marcha las “células dormidas” (unidades atentas a recibir órdenes y operar) y aportar el ejecutor que habría de llevar a cabo la acción.
Ibrahim Hussein Berro, militante de Hezbolá, habría de ser el candidato elegido. Así quedó expresado en las investigaciones de los organismos que llevaron a cabo la identificación: la fiscalía de Alberto Nisman, la Side, los aportes provenientes del FBI y la Fiscalía de Detroit (Michigan, EEUU). Seguramente con aportes desde el Servicio de Inteligencia israelí, el Mossad.
Según la investigación, el ingreso del activista se realizó desde la Triple Frontera, lugar seguro para la actividad criminal. Allí hay grupos operativos, articuladores y financistas de Hezbolá (de quienes EEUU siempre ofrece recompensas por su captura), y cuyos negocios enmascaran los fondos destinados a concretar este tipo de operaciones.
Así es como el ataque efectuado por Ibrahim contra la AMIA se pudo llevar a cabo el día planificado; esto es, aquel 18 de julio de 1994. Y es así cómo un hecho como este vuelve a plantearnos el tema del terrorismo suicida, sus precursores y su expansión.
Para el terrorismo de este tenor, el “mártir” —según la consideración en la doctrina que reinterpreta lo enunciado en el Corán a los efectos de la “guerra santa”—, el “hombre-bomba” —en la interpretación de quienes se ocupan de la seguridad internacional, en este caso conductor-bomba)— o el “suicida-homicida” —desde una terminología vinculada a la noción de crimen— constituye la pieza decisiva a la hora del armado y ejecución de un atentado cuya magnitud dependerá de los recursos humanos disponibles y del sentido de oportunidad que ofrezca la planificación.
Esto es así porque la estrategia operacional de un hecho de este tipo requiere de algunos pasos, a saber: “reclutamiento” de candidatos, “adoctrinamiento”, “promesa de recompensa” y “ejecución del acto”.
Las Fuerzas de la Guardia Revolucionaria de Irán con su grupo de élite o Fuerzas Quds, articulándose con las estructuras de Hezbolá para la capacitación de futuros candidatos a morir, significan una importante amenaza a la seguridad interna e internacional
Parece importante destacar que, si bien voluntarios hay muchos (suele haber lista de espera), también es cierto que se debe hacer una distinción entre los voluntarios que están dispuestos a morir de los que “tratan” de morir.
Por ello, quien efectúa la selección del candidato deberá discernir si el mismo es un suicida “genuino” o si deberá ser accionado a “control remoto”. Esto es, como reaseguro por si se arrepiente en el momento mismo de la ejecución.
Ibrahim Hussein Berro era de origen libanés. Tenía dos hermanos muertos a causa de una militancia similar. Su madre declararía que intentó alejar de él a sus otros hijos, los que le quedaban. Ello, por la radicalización de aquel dentro de Hezbolá.
Esta situación pone en evidencia, más que el perfil del candidato, la influencia que estas organizaciones tienen a través de los procesos de “captación”, “adoctrinamiento” y “formación”. Seguramente Ibrahim fue víctima de este tipo de “estructuras del terror”, igual que sus hermanos.
Por ello, podemos decir que las Fuerzas de la Guardia Revolucionaria de Irán con su grupo de élite o Fuerzas Quds, articulándose con las estructuras de Hezbolá para la capacitación de futuros candidatos a morir, significan una importante amenaza a la seguridad interna e internacional. O mejor dicho, una auténtica “maquinaria de matar”.
Así quedó demostrado a través de las 85 víctimas y de los muchos heridos físicos y emocionales que dejó el atentado a la AMIA.
(*) Analista Internacional
Fuente: La Voz (lavoz.com.ar).
Versión NMI.