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D esde los ataques del 11 de septiembre de 2001 en EEUU, que marcaron un hito, un antes y un después, es común oír que aquellos fueron los primeros embates de gran magnitud por parte del Islam radical en nuestro hemisferio. Sin embargo, no es así.
El primero de ellos fue el ataque terrorista contra la Embajada de Israel en Argentina, ocurrido el 17 de marzo de 1992. Dos años más tarde, el 18 de julio de 1994, en la misma ciudad de Buenos Aires, la explosión con un coche bomba destruyó el edificio sede de la AMIA. Al día siguiente, 19 de julio, un terrorista libanés detonó una bomba en un vuelo entre Colón y Ciudad de Panamá, matando a las 21 personas que iban a bordo, 12 de las cuales eran judías
El caso AMIA deparó otra víctima más: el 18 de enero de 2015 fue asesinado el fiscal de la causa, Alberto Nisman, horas antes de presentar evidencias incriminatorias ante el Congreso de su país. Con enorme torpeza, el gobierno kirchnerista trató de hacerlo pasar por suicidio.
Pese al tiempo trascurrido, estas tres ofensivas terroristas en América Latina están impunes. Se sabe que fueron financiadas y perpetradas por sectores islamistas, la diferencia es que las acaecidas en nuestra región continental fueron responsabilidad de chiítas al mando de la teocracia iraní y de Hezbolá, mientras las arremetidas en territorio estadounidense fueron consumadas por extremistas sunitas y, aunque entre ambos existe una añeja enemistad, sus métodos criminales son semejantes.
Con pruebas irrefutables, el mundo, a través de la ONU, no ha tenido el menor gesto para acusar a los culpables. No se entiende que Irán, promotor del terrorismo internacional, ocupe sitiales en los organismos internacionales. Gracias a un acuerdo timorato, se le levantaron las sanciones. Por otra parte, su Guardia Revolucionaria participa de modo decisorio en la guerra civil siria y domina militar y políticamente al Líbano, mediante Hezbolá y un presidente títere. Además, intervienen en varios países usando a los partidos de la ultraizquierda; tal es el apadrinamiento de Podemos en España, donde sufragan y promueven campañas judeófobas como la del BDS.
Ante la dimensión de la violencia y amenazas, cabe preguntarnos hasta cuándo a Irán se le permitirá este proceder.