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Rafael Winter
El 29 de agosto del año 1897 tuvo lugar un acontecimiento relevante, decisivo en la historia del pueblo judío: la inauguración del Primer Congreso Sionista que se realizó en Basilea, Suiza.
D uró tres días. Debió haber tenido lugar en Múnich. Pero no pudo ser en esa ciudad porque judíos asimilados y rabinos —paradoja de este pueblo singular— se opusieron. Por eso se trasladó a Basilea.
Alguien definió bien al Congreso Sionista como “Parlamento judío en el exilio”, seguramente la primera vez que se realizaba algo así en el marco del pueblo de Israel, luego de 2000 años de diáspora.
La realización de este Congreso (y los sucesivos) está íntimamente ligada a la figura de Herzl, quien, en sus cortos cuarenta y cuatro años de vida, dejó una profunda huella, imborrable, en la historia y el destino del pueblo de Israel.
Herzl. ¡Tanto se ha hablado y escrito sobre él! Un judío casi asimilado, probablemente alejado de los marcos institucionales y comunitarios judíos, alejado de la práctica religiosa. Un hijo de su tiempo, de la época de la emancipación. De él salió todo esto. De él nació el sionismo político. De un judío soñador y realista al mismo tiempo, que decidió no esperar más al cielo sino llevar su proyecto adelante aquí, en la tierra.
Herzl y el sionismo político por él creado es una rebelión contra el destino histórico del pueblo judío. Él no creó la idea sionista. La idea del retorno a Sión viene de muy lejos, de la época del exilio babilónico. Pero su grandeza radica en haber trasformado esta gran idea en un movimiento político organizado. Contra viento y marea. Se le opusieron asimilados. Se le opusieron bundistas. Se le opusieron rabinos. Se le opusieron filántropos. Le quedaron... las masas. A ellas recurrió. Ellas, en buena medida, lo apoyaron. Y otras varias personalidades a nivel individual.
Herzl comprendió que para que el proyecto se pusiera en marcha y fructificara, era necesario no solamente reforzar y unificar el frente interno, sino que resultaba fundamental hacer del sionismo un tema en la agenda de las naciones del mundo. Por eso los contactos que intentó y llevó a cabo —hayan sido exitosos o no— con distintas personalidades influyentes de su tiempo.
En cuanto al Primer Congreso, asistieron cerca de 200 personas, delegados en su mayoría. También se encontraban presentes gentiles que simpatizaban con el sionismo. Herzl, como no podía ser de otra manera, pronunció el discurso inaugural. Posteriormente, una pieza oratoria magistral de Max Nordau acerca de la situación general de los judíos en varios países del mundo. Y como es sabido, los logros más importantes del Congreso: la formulación del Programa de Basilea. “El objetivo del sionismo es crear para el pueblo judío un hogar en Palestina, garantizado por el Derecho Internacional”. Y el establecimiento de la Organización Sionista Mundial. Congreso y Organización Sionista perduran hasta hoy.
También en aquel Congreso de 1897, el profesor Herman Shapira propuso establecer un Fondo Nacional Judío (que surgirá más adelante: el Keren Kayemet LeIsrael) y una Universidad Hebrea en Jerusalén (también surgirá más adelante).
Herzl no fue el primero. Hubo grandes precursores del sionismo, los cuales, de alguna forma, fueron pavimentando el camino. Pero Herzl, desprovisto de todo elemento mesiánico, con los pies sobre la tierra y con objetivos claros (utópicos para muchos), comenzó a llevar a la práctica una idea milenaria y a cambiar el rumbo de la historia del pueblo judío. En ese sentido, el Primer Congreso Sionista marca un hito fundamental.
No es el objetivo de este artículo profundizar en el pensamiento de Herzl, su análisis del antisemitismo —objetivo, desapasionado y brillante— y cómo visualizaba él al futuro Estado judío (sus obras El Estado judío* y Altneuland lo expresan muy bien), sino simplemente no dejar pasar inadvertida una fecha decisiva de nuestra larga y dramática historia.
Por si todo esto fuera poco, Herzl “profetizó” en su diario, poco después del Primer Congreso Sionista: “En Basilea fundé el Estado judío. Si yo dijera esto hoy, obtendría como respuesta una carcajada universal. Tal vez dentro de cinco años, y ciertamente dentro de cincuenta, todo el mundo lo verá”. Así fue. Con precisión asombrosa. Año 1947, la partición de Palestina (que dio lugar al nacimiento de Israel). Poco después, en 1948, la independencia. Sin Herzl, su visión, energía, inteligencia y acción, no hubiese sido posible. Y el Primer Congreso Sionista fue el punto de partida.
*Vea nuestro Dossier “El Estado judío, más vigente que nunca”
Fuente: Comité Central Israelita del Uruguay. Versión NMI