La estudiante Brielle Fincheltub, de 3er año de bachillerato del Colegio Moral y Luces “Herzl-Bialik”, compartió su vivencia con NMI
R ealmente no sé por dónde empezar. Tengo muchísimos recuerdos buenos e increíbles que nunca olvidaré de este viaje, y estoy segura que igual le sucede a mis compañeros. Fue una experiencia inolvidable, nunca imaginé algo parecido. Llevo esperando desde que entré al liceo para ir a la Gran Sabana. Muchos de mis amigos, compañeros y familiares me comentaban lo increíble que iba a ser el viaje, y sin embargo nunca pensé algo parecido hasta que lo viví.
Fue una experiencia que me dio la oportunidad de conocer principalmente a mi país, Venezuela: sus bellos paisajes, ríos, los indios pemones… Y también me dio la oportunidad de convivir con mis compañeros y profesores, así como tener una experiencia única con la gente que quiero y con la que convivo todos los días de mi vida.
Mis anhelos sobre esta gira empezaron al entrar en 3er año, y me motivé mucho al hablar sobre el tema, participar en charlas, recibir instrucciones. Yo me ofrecí para formar parte del Comité de la Gran Sabana. Junto a otras niñas de mi año, tuvimos que recolectar cosas —con mucho cariño— de mis compañeros por varios meses, para después llevarlas a los indios pemones de la Escuela Iboribo, que visitamos el penúltimo día de la gira para conocer la cultura indígena de la Gran Sabana.
También sentí algo que nunca había experimentado: aprovechar el tiempo al máximo sin tener que usar el teléfono y otros aparatos electrónicos, debido a que cada lugar que recorría llamaba toda mi atención y no tenía tiempo para otras cosas. Esos paisajes no se ven en ninguna otra parte del mundo. Se podían ver los tepuyes con una claridad increíble, el cielo despejado, azul… Recorrimos muchas cascadas asombrosas con un color diferente cada una. Era casi imposible creer lo que mis ojos estaban viendo: la Quebrada de Jaspe, de color rojo, con esas piedras que no se ven en ninguna otra quebrada; mientras que ibas al Oasis o a la piscina en Pacheco y veías el agua totalmente cristalina. También el Salto Aponwao fue algo que nunca imaginé, tener la oportunidad de bajar toda esa montaña para poder ver algo casi imposible de creer.
Cuando llegué a una parada del camino a la Quebrada de Jaspe, subiendo las escaleras, una niñita se me acercó y me preguntó si tenía una galleta porque tenía hambre. Yo le dije que no tenía galleta, pero sí un caramelo y le pregunté si lo quería. La niña, con una sonrisa de felicidad, asintió. Entonces, se me acercó y me abrazó. Me dio las gracias y automáticamente empecé a pensar que cada cosa, así sea pequeña, hay que aprovecharla al máximo.
Quiero darle las gracias al equipo de docentes que estuvo ahí para ayudarnos y encargarse de que el viaje fuese increíble; en especial a la coordinadora Katiuska Verdi, en equipo con la profesora Jany Páez, por hacer posible este viaje y por hacer de cada momento algo especial para nosotros. Me siento muy orgullosa de haber sido parte de esta aventura. También quiero agradecer al equipo del voluntariado y al Sistema Educativo Comunitario (SEC) por su dedicación y cariño para que este viaje fuese perfecto.
Brielle Fincheltub Prizant
Alumna de 3er Año del Colegio Moral y Luces “Herzl-Bialik”