Hace casi un siglo, Warburg pagó con la locura una ambición intelectual que hoy sorprende por su lucidez, al plantear una nueva lectura de la historia del arte. Testimonio de tal empresa es su inmensa biblioteca, que quedó resguardada en las paredes del Instituto Warburg de Londres, uno de los más grandes centros de estudio del arte en el mundo. ¿Pero quién era este personaje? ¿Cuál fue su método? ¿Y sus hallazgos? Recordemos en estas páginas a uno de los eruditos de la imagen en el siglo XX
Álvaro Mata
En Hamburgo, y con el nombre de Abraham Moritz Warburg, nacería en 1866 el historiador de arte que la posteridad conocería con el diminutivo de Aby. Fue el mayor de siete hermanos criados en el seno de una acaudalada familia de banqueros judíos practicantes. Una temprana fiebre tifoidea lo obligó a la soledad y a un retraimiento que desde joven lo acompañaría, motivo por el cual mantendría siempre un delicado estado de salud.
En esos años, sus mejores compañeros fueron los libros; leía de todo. Y desde entonces supo que se dedicaría por entero y de por vida a coleccionar libros y a organizar febrilmente su colección. Una anécdota referida por su hermano Max ilustra su elección:
“A los trece años, Aby me ofreció su primogenitura. En su calidad de hermano mayor estaba destinado a encargarse de la empresa familiar. Yo solo tenía doce años, era demasiado inmaduro para reflexionar, y así pues acepté comprarle la primogenitura. Pero a cambio no pedía un plato de lentejas, sino la promesa de que yo le compraría siempre todos los libros que él quisiera. Tras una breve reflexión, dije que sí. Me dije a mí mismo que cuando yo estuviera bien metido en los negocios, me sobraría dinero para costearle las obras de Schiller, Goethe, Lessing, y quizá también de Klopstock; y así, confiado, le di lo que ahora, retrospectivamente, se puede llamar todo un cheque en blanco. El amor a la lectura, a los libros, fue su primera pasión”.
Esta pasión por los libros fue la semilla de la futura Biblioteca Warburg, cuyos costos corrieron a cargo de la familia durante toda la vida de Aby, e inclusive después de su muerte. De esto hablaremos más adelante.
Ars longa, vita brevis
En contra de los deseos de su padre, quien veía en su hijo al futuro banquero que se encargaría del emporio financiero familiar, Aby decidió estudiar historia del arte, lo que hizo conjuntamente con estudios de filosofía, historia y religión en universidades francesas, italianas y alemanas. Con esto se distanciaba notablemente de las tradiciones judías de su hogar, para entregarse con pasión al estudio de los restos del paganismo en la cultura cristiana. Sin embargo, siempre respetaría los preceptos del Judaísmo, así como su familia sus estudios, financiándolos sin remilgos.
En la Universidad de Bonn se aficionó a las lecciones del filólogo e historiador de las religiones Hermann Usener, quien establecía relaciones entre las prácticas de la religiosidad primitiva y las nuevas disciplinas humanistas como la antropología y la sicología; y también las de Karl Lamprecht, el primer historiador que incorporaba los estudios de sicología, sociología, antropología y etnología al marco teórico de la historia del arte. Estos serán los puntos de partida de sus posteriores investigaciones.
En 1889 Warburg se trasladó a Florencia, donde comenzó una investigación en torno a la continuidad y sobrevivencia de algunos motivos de la antigüedad clásica en el arte del Renacimiento, específicamente los referidos a un paganismo de carácter dionisíaco.
A partir de la observación directa de las obras y de un trabajo metódico en los archivos de la ciudad italiana, elaboró un ensayo sobre las pinturas mitológicas de Botticelli, que luego se convertiría en su tesis de licenciatura: Investigaciones sobre las imágenes de la antigüedad en el primer Renacimiento italiano, publicada en Hamburgo en 1893. El conocido como “método Warburg” se muestra ya en este primer trabajo: la acumulación de datos, de información, de constantes comparaciones y conexiones entre épocas y entre disciplinas. Lo que Warburg quiso fue producir una ampliación metodológica de las fronteras de la historia del arte, que “contemple la Antigüedad, el Medievo y la Edad Moderna como épocas interrelacionadas”, según sus palabras.
Hacia 1909 comenzó a organizar la Biblioteca de Ciencias Culturales Warburg (futuro Instituto Warburg), pero el estallido de la Primera Guerra Mundial y su internamiento en un hospital siquiátrico retrasaron su apertura hasta 1926.
Se trata de una de las bibliotecas más fascinantes del siglo XX. Su estructura es el reflejo de su personalidad, organizada con criterios misteriosos, pues las estanterías reunían volúmenes sobre temas tan variados como astrología, arte, filosofía, medicina o ciencia, bajo quién sabe qué hilo conductor.
La intención era que la biblioteca se convirtiera en un centro para enseñar el método de investigación de Warburg, que además dirigiría los trabajos allí realizados. Como Hamburgo no era una ciudad universitaria, un fondo de becas garantizaría la presencia constante de estudiosos alemanes y extranjeros. Todo parecía estar fríamente calculado.
En 1920 la biblioteca contaba con más de 20.000 volúmenes en temas especializados. Durante el tiempo que duró la enfermedad de Warburg, la actividad de la Biblioteca continuó gracias a la colaboración de eruditos como Ernst Cassirer, Erwin Panofsky, Frances Yates y Karl Reinhardt, entre otros.
El edificio fue haciéndose pequeño, y en 1924, una vez que Warburg se había restablecido, se construyó la ampliación, cuyo espacio podría albergar hasta 120.000 volúmenes e incluía sala de lectura, sala de conferencias y otras comodidades. Pero en 1933, cuando ya Warburg había fallecido, los acontecimientos políticos en Alemania imposibilitaron el normal desenvolvimiento de las actividades del Instituto. Después de sopesar la posibilidad de mudarse a Roma o a Estados Unidos, se decidió el traslado a Inglaterra; en 1936 la Universidad de Londres aceptó albergar el Instituto, el cual quedó incorporado oficialmente en 1944.
Las demasiadas luces las pagó Warburg con varias temporadas de convalecencia, la más prolongada de ellas en 1918 en el Sanatorio Bellevue de Suiza, bajo la tutela del eminente doctor Ludwig Binswanger. A su ingreso el diagnóstico no es alentador: “estado mixto maníaco-depresivo”. Warburg es considerado imposible de una curación “ad integrum”. En una nota a Freud sobre su paciente, el doctor Binswanger dice que “no cree que sea posible un restablecimiento de su condición quo ante la sicosis aguda, ni el retorno a la actividad científica”.
Sin embargo, la enfermedad que pareció en un principio incurable fue mejorando. Para demostrar a los doctores que su restablecimiento era evidente y que podía retomar sus actividades, Warburg propone dar una conferencia a partir de la experiencia vivida 20 años antes durante su viaje a América, donde convivió durante seis meses con los indios Pueblo y Navajo. La disertación tuvo lugar en abril de 1923 y la salida de Warburg del sanatorio en agosto de 1924, más de un año después; esta conferencia se publicaría posteriormente como El ritual de la serpiente.
Los años posteriores los dedicó Warburg al desarrollo de su obra magna, el Atlas Mnemosyne (1924-1929), una serie de paneles que contenían fotografías desplegadas que forman secuencias de imágenes intercambiables según el estado de la investigación. Las fotografías mostraban obras de arte, fragmentos, imágenes de la prensa o tomadas de la realidad, reunidas en virtud de sus analogías internas. Cada conjunto estaba encabezado por un breve texto que servía para dar pie a la interpretación de las imágenes. Se trata de un espacio para jugar con las analogías y correspondencias profundas de las imágenes.
En esto andaba Warburg cuando un infarto lo sorprendió el 26 de octubre de 1929 en Hamburgo, justo cuando el nacionalsocialismo iniciaba su ascenso al poder. Poco después su mano derecha y ayudante, Fritz Saxl, logró con apoyo del gobierno inglés, como se ha descrito, salvar de las hogueras nazis los más de 60 mil tomos de la biblioteca del Instituto Warburg.
Para lavar la vergüenza, en 1993 el gobierno de la ciudad de Hamburgo fundó en honor de su hijo ilustre el segundo Instituto Warburg del mundo.
El panel 46 de Mnemosyne
“El panel #46 es uno de los más reveladores de la colección. En sus 26 ilustraciones, Warburg demuestra, solo con imágenes, siempre con imágenes, la irrupción de contenidos dionisíacos en la temática cristiana. Warburg llama la atención sobre uno de los frescos de Santa Maria Novella. Se refiere, en especial, a una joven que entra por la derecha con una cesta en la cabeza, en la pintura que Ghirlandaio dedica al ‘Nacimiento de San Juan Bautista’. ¿Qué hace una figura como esta en la habitación de una parturienta? El personaje ha llegado desde el más profundo y sensual de los paganismos. Todo en ella es inquietante. Todo está en movimiento, todo provoca. Nada tiene que ver en ese espacio reprimido de la leyenda cristiana. Es una epifanía pagana. Una criatura de Dioniso, una ninfa portadora de los dones del dios ebrio. Las restantes imágenes del panel 46 de Mnemosyne refuerzan esta aguda percepción: la cargadora de agua de Rafael, una ninfa de Filippo Lippi, un dibujo clásico de la escuela de Mantegna, cinco páginas manuscritas de Lucrezia Tornabuoni, la madre de Lorenzo; una medalla de Giovana Tornabuoni, y así.
Después de Warburg y su Mnemosyne no volvemos a ser como antes. No solo vemos lo que se nos presenta a nuestros ojos. La mirada deja de ser pura percepción y se convierte en ejercicio existencial. Ya no solo vemos. Con Warburg estamos invitados a vivir en el Renacimiento. A descubrir relaciones de correspondencia en el tejido de lo visual. No solo en el espacio iconográfico, sino en el más amplio y fracturado de la existencia. Las analogías se ofrecen a diario y Warburg nos estimula a darnos cuenta de la existencia. De las conexiones que existen entre las madres de Kosovo y las mujeres de Caravaggio. Entre la imagen de la Madonna y los grupos escultóricos de Isis y Horus. O cómo el mito de Apolo y Marsias reaparece todos los días en la humilde siringa de plástico de los amoladores de cuchillo a domicilio”.
Alejandro Oliveros
Tres libros fundamentales de Aby Warburg en español:
Bibliografía: